Opinión | Nos queda la palabra
Tiburones
Era su primer contrato de trabajo por un mes. Firmó. Luego observó que en vez de las 40 horas semanales a las que se comprometió aparecían solo 32. Tampoco dio importancia a conceptos como transporte o vacaciones en la suma de su salario para conseguir el mínimo. Iba andando a la piscina donde ejercería como socorrista y creyó que las vacaciones se abonaban una vez finalizado todo.
También encontró extraño que los días de libranza no los cobraba. ¿Era mensual o por horas? Mejor no preguntar.
Cuando, sin embarco, alcanzó los 39 grados de fiebre no tuvo más remedio que contactar con su jefe, cometiendo la torpeza de comentarle que el médico le había dado de baja tres días. Coincidió con el final de mes y la respuesta fue clara: «No vuelvas».
Tras una quincena escapando a cualquier tipo de brisa para no caer de nuevo enfermo, encontró otro flotador en mitad de verano. Ganaría aún menos y, en vez de las 48 horas, le declararían 30.
Con los pagos en metálico, como en su primer trabajo, no abrió ya la boca para evitar infecciones y afecciones. Ni siquera cuando se enteró que los últimos 15 días de septiembre se le cotizó por media jornada, aun menos.
Sus otros amigos, repartidos en las sillas de SOS por las piscinas vecinales, corrieron igual suerte, por decir algo. Al que se le ocurrió pedir el finiquito sería para siempre, tal y como le comentó su empleador. Al que se despidió dándole una palmadita en la espalda al empresario, mientras exclamaba «¡vaya negocio!», ya se está hundiendo en la miseria.
Tanto mirar hacia un lado y otro, aguantando las embestidas de la fauna habitual, que considera al socorrista como criado y como cuidador de los pequeños de la casa en la hora del vermut, y no vieron a los tiburones que se mueven en el proceloso mundo económico.
En el inicio de su vida laboral ya había aprendido dos cosas: no protestar y hacer la vista gorda, aunque su primer empleo fuera de socorrista.
Muy adentro, no obstante, pensó que, a partir de ahora, debería salvarse a sí mismo y mejor en compañía del resto.
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