Opinión | Allegro Agitato

Violinista y catedrático de Música de Cámara

Gaudeamus

El ‘Gaudeamus Igitur’ comenzó a experimentar una transformación en su significado. Durante la primera mitad del siglo XIX se cantó durante algunas revueltas estudiantiles

Facultad de Letras de la Universidad de Murcia.

Facultad de Letras de la Universidad de Murcia. / Gabriel Lauret

Con el fin del verano, la vida vuelve a la normalidad y la universidad a las clases. Lo apreciamos porque, nuevamente, se llenan terrazas y cafeterías de jóvenes que, a buen seguro, intercambian los primeros apuntes. Tradicionalmente, la conjunción de música y universidad da como resultado o bien a la tuna, festiva y lúdica -aunque no por ello sus canciones carezcan en ocasiones de calidad- o bien el Gaudeamus Igitur («Alegrémonos pues»), himno que no puede faltar en ningún acto académico de entidad.

Su título real es De brevitate vitae, que nos recuerda la brevedad de la vida y la necesidad de aprovechar el tiempo cuando somos jóvenes. En sus versos encontramos, como referencia académica, vivas a la universidad y a los profesores, justo delante de otros vivas a mujeres hermosas, tiernas… Es lo que tiene que naciera como una canción que entonaban los estudiantes en las cervecerías. Normalmente, estas últimas estrofas no se cantan y, en todo caso, el desconocimiento del latín en nuestra sociedad, fruto de las distintas reformas educativas que han arrinconado las lenguas clásicas, permite que pocos hayan notado estos sutiles detalles del texto.

Los orígenes de la letra son casi tan antiguos como las propias universidades. La Biblioteca Nacional de París posee un manuscrito del siglo XIII que contiene un ‘conductus’ monofónico en el que parte del texto es muy similar al actual, aunque no aparezca la expresión Gaudeaumus igitur. Tuvieron que pasar varios siglos para encontrar la primera versión moderna. Se la debemos a Christian Wilhelm Kindleben, que fue un teólogo, escritor y pastor protestante, pero también un libertino, algo que, por lógica, le ocasionó múltiples problemas. Sus dos obras de mayor trascendencia son el Studenten-Lexicon, un diccionario del léxico de los estudiantes, y los Studentenlieder, canciones de estudiantes, donde aparece el Gaudeamus igitur, ambas obras publicadas en Halle en 1781, cuando era profesor de la universidad. Kindleben intentó purgar el texto de pasajes ofensivos para evitar así una previsible censura, ya que las canciones incluían contenidos burlescos y obscenos, pero su publicación provocó la indignación oficial: el rector de la universidad lo expulsó de la ciudad y prohibió la circulación de las dos obras. En 1788 la melodía apareció impresa por primera vez en Leipzig, aunque con el texto en alemán, que se transfirió por analogía a la versión en latín.

El Gaudeamus comenzó a experimentar una transformación en su significado social. Durante la primera mitad del siglo XIX se cantó durante algunas revueltas estudiantiles. Richard Wagner menciona en su autobiografía que fue entonada en Leipzig por los estudiantes que se manifestaban a principios de la década de 1830. Desde 1848 comenzó a ser apreciada en el ámbito académico y se convirtió en un himno que se interpretaba en las celebraciones oficiales. Primero en Alemania y muy pronto también en el extranjero: fue declarada himno de los estudiantes en 1888, en la celebración del octavo centenario de la Universidad de Bolonia.

Además, durante el siglo XIX comenzó a ser utilizada por músicos que la insertaban en sus obras. Franz Liszt la adaptó al menos tres veces, Johann Strauss (hijo) la citó en su Student Polka, de 1862, y Piotr Ilich Chaikovsky realizó una armonización para coro y piano en 1874.

Pero, sin la menor duda, Johannes Brahms fue quien consiguió de la manera más brillante y perfecta integrar esta canción en una obra musical. El joven Brahms, que no tuvo formación universitaria, recibió clases de filosofía e historia durante el verano de 1853 en la Universidad de Göttingen, y pudo disfrutar también del ambiente estudiantil en las cervecerías locales, donde conocería las canciones que allí se entonaban. Ya en su madurez, en 1876, rechazó un doctorado honorario de la Universidad de Cambridge, antes de atreverse a atravesar el canal de la Mancha, debido a su fobia a los viajes por mar. Por fin, en 1879 la Universidad de Breslau (actual Wroclaw) le concedió el doctorado ‘honoris causa’ en Filosofía. Tras enviar únicamente una nota manuscrita de agradecimiento, el director de orquesta Bernhard Scholz, quien le había propuesto para el título, consiguió convencer a Brahms de que expresara su gratitud de una manera más efusiva, que no podía ser otra que una obra sinfónica. La respuesta fue esta extraordinaria y vibrante obertura para un festival académico, que compuso durante el verano de 1880. Brahms, considerado erróneamente el más regresivo de los compositores románticos, mezcló lo festivo y lo académico en un popurrí que utiliza cuatro conocidas canciones de estudiantes, para sorpresa de los profesores, entre ellas una usada para las novatadas universitarias y, por supuesto, el Gaudeamus igitur, que irrumpe en un final realmente majestuoso. El propio compositor dirigió el estreno de la obertura en la recepción del doctorado, en enero de 1881. Posiblemente, con la inclusión de estos temas de estudiantes, Brahms recordara aquellos días del verano de 1853 en Göttingen.

Si comenzaba hablándoles de jóvenes desocupados a comienzos de curso, perdón, intercambiando apuntes, bien pudiera ser que estos mantengan vivo el espíritu del Gaudeamus que compartieron Kindleben y Brahms, aunque ya no se cante en las terrazas ni los estudiantes conozcan su significado; ese deseo de disfrutar de la juventud que, en el fondo, ha pervivido en la universidad, transmitiéndose de generación en generación a lo largo de los siglos. Incluso en la tuna. 

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