Opinión | Pasado a limpio

Dictadores macocos

La cuestión de si Maduro es o no un dictador no llega a discusión bizantina, porque los dictadores se reconocen por lo que son, no por lo que dicen ser

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. / Europa Press / Presidencia de Venezuela

Los gobiernos unipersonales no tienen muy buena prensa, pero esto no es una noticia, porque la semántica ya nos refiere connotaciones peyorativas. Tirano proviene del griego y viene a ser sinónimo de rey, gobernante solitario. Pero el significado pronto se asoció al usurpador del poder o a quien lo ejercía despóticamente. Ergo, Tyrannosaurus rex es un pleonasmo que denomina al más terrorífico dinosaurio.

La dictadura era una magistratura excepcional en la República romana. El dictador era nombrado por un plazo máximo de seis meses para solucionar una grave crisis. Cincinato es el paradigma: nombrado para combatir la invasión de los ecuos y los volscos, los senadores comunicaron su nombramiento cuando estaba arando su campo. Seis días después, tras alcanzar la victoria, se despojó de la toga orlada de púrpura y regresó a su arado. Sila, en cambio, fue nombrado dictador para poner fin a una guerra civil; excedió el límite de su mandato para acabar con todos los partidarios de Mario, confiscar sus bienes y devolver el poder de la República a los oligarcas. Después de su renuncia, ningún dictador lo hizo.

La cuestión de si Maduro es o no un dictador no llega a discusión bizantina, porque los dictadores se reconocen por lo que son, no por lo que dicen ser. Ni siquiera es menester que publique los resultados electorales, porque su elocuencia en los calificativos que da a sus opositores lo califican a él mismo. Pero otra cosa es que se le reconozca como tal. Puede hacerlo una persona, incluso un partido opositor, pero pretender que lo haga un Gobierno o una institución de la UE es un ejercicio análogo al filibusterismo parlamentario.

Por imperativo constitucional, el Gobierno dirige la política exterior del Estado. Forma parte de sus competencias esenciales. Responderá ante las Cortes de su gestión política, porque estas pueden controlar su ejercicio, pero no sustituirlo. Entre sus deberes, debe estar el exacto conocimiento de los intereses que hay en juego en Venezuela. La cautela y la prudencia debe ser la norma con un país hermano, por muy impresentable que sea su gobernante. El sigilo con que se llevó a cabo el asilo de González Urrutia es prueba del ‘savoir fair’ del cuerpo diplomático español. Pese a quien pese, Zapatero ha sido una pieza clave en la negociación para ‘salvar al soldado Ryan’. No podemos pedir a otro que se juegue la vida, por mucho que haya podido ganar las elecciones. A falta de una verificación del resultado, que probablemente nunca se produzca, ningún país serio va a proclamarle vencedor, sobre todo después de lo sucedido con Juan Guaidó.

Maduro tiene el poder, y da igual quién haya ganado las elecciones, porque él sigue siendo el rey -que diría Ataualpa Yupanqui- y González Urrutia solo una piedra en el camino. Además, se ha exiliado; que le vaya bonito, dice Maduro. ¡Chévere! debió decir.

‘Macoco’ es el término que utilizamos en Murcia para la fruta madura en exceso. En Colombia, es el machete cuya hoja se ha desgastado. El sátrapa venezolano -otro término peyorativo para referirse al déspota- nunca ha sido más excesivo en sus rocambolescas y ridículas arengas. Si una cosa estuvo siempre clara en la izquierda con respecto a los líderes revolucionarios, es que debían tener un cierto nivel. Fidel Castro fue un paradigma, pero fue el último, antes de ser dinosaurio. Maduro, como Ortega, podrá ser incluso más tirano, con la más execrable connotación del término, pero quienes han traicionado los ideales de todos aquellos que lucharon para conseguir un gobierno más justo para el pueblo, no son dignos de los ideales que en algún momento lideraron.

En la dualidad de significados de macoco, el cacique venezolano puede caer como la fruta, pero puede herir como un machete mellado y oxidado. González Urrutia podría ser el presidente de una nación vocacionalmente democrática, pero también podría pudrir sus huesos en un presidio infecto. Como Arquíloco, el soldado poeta que perdió su escudo -símbolo de valentía-, pero salvó la vida y pudo seguir luchando. Su victoria no ha sido en las elecciones, que probablemente ganó, sino haber dejado en evidencia a Maduro. Ese ha sido su triunfo. Ahora, en el exilio, despojado de su toga praetexta, puede volver a su arado como Cincinato, con la satisfacción del deber cumplido. ¡Chévere!

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