Opinión | Pasado a limpio

Cuando abran las grandes alamedas

Tenemos el deber de conocer la historia para no olvidarla, para guardar la memoria de quienes lucharon por los derechos y las leyes que hoy tenemos

Los tres 11-S: El atentado contra las Torres Gemelas, la Diada de Barcelona y el golpe de Estado en Chile.

Los tres 11-S: El atentado contra las Torres Gemelas, la Diada de Barcelona y el golpe de Estado en Chile.

El conocimiento de la historia es distinto cuando se han vivido los hechos o el tiempo en que ocurren. La visión que se tenga de ellos distingue al lego del cronista o del historiador. Eso no quiere decir que una sea mejor que otra, pues la objetividad es un imposible metafísico. La fecha del 11 de septiembre nos proporciona una aproximación a tres acontecimientos muy distintos en los que veremos cómo la perspectiva nos cambia el análisis.

El 11-S es generalmente recordado por los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York en el año 2001. La vivencia inmediata de los hechos no nos confiere una privilegiada situación para contarlos o para analizarlos. Ni siquiera el hecho de haber tenido toda la información de los medios de comunicación. Incluso podríamos conocer el sumario judicial completo, pero eso no significa que sepamos más de los orígenes del suceso. Podremos saber el cómo, pero el porqué seguirá siendo una visión parcial. Cosa distinta son las consecuencias y el análisis de las mismas: la guerra de Afganistán, las pesquisas hasta averiguar el paradero de Bin Laden y su posterior ejecución sin juicio.

El 11-S de 1714 en Barcelona, la Diada, es un hecho tan antiguo que, necesariamente, tenemos que recurrir a las fuentes escritas. Esta distancia temporal nos permite incluso construir un mito sobre la resistencia de la ciudad al asedio y convertirlo en un hito del independentismo catalán, aunque ello suponga una visión muy sesgada y falaz de los acontecimientos. Acudir a los textos nos permitirá descubrir el contexto de una guerra dinástica, transformada en una guerra civil que libraron, a propósito de quién fuese el nuevo rey, las distintas fuerzas del reino, incluidos los conflictos entre las clases sociales.

El otro 11-S es el de Santiago de Chile de 1973, el golpe de Estado de Pinochet, la caída del régimen democrático y la posterior represión de las fuerzas armadas contra cualquier sospechoso de militar en la izquierda. Bastantes años después, con la desclasificación de determinada documentación secreta, se supo de la implicación de la CIA y del mismo gobierno de los EE. UU., con Henry Kissinger como uno de los principales muñidores del golpe.

Mis conocimientos de este 11-S no son directos. El golpe fue muy significativo para algunos amigos que vivieron en primera persona los estertores del franquismo. Junto a sus referencias, las vivencias de mi amigo Jorge Pesce, denunciado por un bedel de la Universidad de Santiago y confinado en el desierto de Atacama en Antofagasta. Vivió exiliado en Madrid, donde lo conocí junto a su mujer y su hijo. Militaba en un partido de izquierda cristiana de inspiración marxista, porque en Hispanoamérica siempre hubo una iglesia distinta para los pobres y otra de los poderosos. ¡Adivina, lector, dónde estaba la jerarquía eclesial! Jorge me introdujo en la lectura de Juan Rulfo, de García Márquez, de Ernesto Cardenal, de Hans Küng y la Teología de la Liberación. Mi mirada del 11-S de Chile estará siempre marcada por la de mi amigo, por los represaliados de Pinochet, Víctor Jara y los miles de desaparecidos y asesinados. Recuerda, lector, la película Missing, con Jack Lemmon.

Tucídides pasa por ser el padre de la historiografía científica. En su Historia de la Guerra del Peloponesonarra los acontecimientos y explica sus causas y efectos. Esa visión del moderno historiador no le impide tomar partido. El discurso fúnebre de Pericles a los Atenienses, el panegírico por los caídos en la guerra, no es imparcial. Es uno de los alegatos más hermosos que se han escrito en favor de la democracia. «Pues tenemos una república que no sigue las leyes de las otras ciudades vecinas y comarcanas, sino que da leyes y ejemplo a los otros, y nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración de la república no pertenece ni está en pocos, sino en muchos».

Tenemos el deber de conocer la historia para no olvidarla, para guardar la memoria de quienes lucharon por los derechos y las leyes que hoy tenemos. El corolario es transmitir el conocimiento a nuestros hijos y hermanos, porque la democracia conquistada con la sangre de muchos ciudadanos que vivieron antes que nosotros, es frágil, está en continuo peligro y debe ser preservada para que, como vaticinaba Salvador Allende, vuelvan a abrirse las grandes alamedas por las que paseará el hombre libre. 

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