Opinión | Violencia machista
Morir matando, esa terrible literalidad
¿Acabarán algún día los asesinatos machistas? ¿Cuándo la mitad de la población dejará de sentirse como una posible víctima de la otra mitad?

Una foto de archivo de una manifestación contra la violencia machista. / EFE
Quizá está frente el espejo, retocándose las ojeras. Tal vez prepara las mochilas de sus hijos. O rechaza una cañita con los compañeros de trabajo. O llama a su madre para saludarla... Sea lo que sea lo que esté haciendo en este momento, dentro de unos días ya no lo hará. Porque un hombre que decía quererla la habrá matado. Y los que la amaban de verdad se desesperarán. Los que la conocían pensarán que, quizá, podían haber hecho algo para evitarlo. Las instituciones también creerán que estaba en sus manos hacer más. Se escribirán un puñado de artículos como este, motivados por el dolor, la indignación o, simplemente, por la necesidad de sumarse a este ‘hacer algo más’. Los crímenes ocurrirán en nuestro pueblo o ciudad. Pero también a miles de quilómetros. Y nos invadirá una angustiosa impotencia. ¿Acabarán algún día los asesinatos machistas? ¿Cuándo la mitad de la población dejará de sentirse como una posible víctima de la otra mitad? ¿Cuándo nos liberaremos de esta castrante definición?
Juliana, Manuela, Sara o Margarita son solo cuatro de las mujeres asesinadas en España este julio. Carol, Hannah y Louise (madre y dos hijas) fueron asesinadas este mes en Inglaterra por el novio despechado de una de las jóvenes. Las mató con una ballesta después de retenerlas durante 24 angustiosas horas. En abril, el primer ministro australiano declaró que la violencia machista se había convertido en una «crisis nacional». El Gobierno ha comprometido cientos de millones de personas para atender a las mujeres que huyen de la violencia. Se hace y se hace y predomina la sensación de que todo es poco. Pero también la evidencia de que ese poco es fundamental. Especialmente sí se escatima.
Un análisis de la Línea Nacional de Atención sobre Violencia Doméstica de Austin, Texas, detectó como prácticamente se duplicaron las llamadas que mencionaban sexo forzado sin protección o sabotaje de la pareja a los métodos anticonceptivos (por ejemplo, perforando preservativos) cuando la Corte Suprema de Texas eliminó el derecho al aborto. Basta este ejemplo para comprender los mecanismos de control del machismo. Por encima de todo, la voluntad de someter a la mujer. Sea como sea. Sí es necesario, con la muerte.
En cuanto la legislación de Texas arrebató parte de la capacidad de decisión de la mujer, su impotencia se transformó en poder para el machista. Del mismo modo, la brecha salarial también tiene un impacto en la relación de pareja. Aún más acrecentada si la mujer abandona el trabajo para dedicarse al cuidado de los hijos o de otros familiares. Una desigualdad económica que alimenta el relato patriarcal en el que el hombre decide y se siente amo y señor de su casa.
La tragedia de tantas muertes es que son el fruto de una ideología enraizada y que se resiste a ser relegada. Y un día se señala a los extranjeros como culpables y otro se magnifica a las mujeres que ejercen la violencia. Las estadísticas desmontan esos discursos, pero la mentira procura la subsistencia. Morir matando. Y es terrible la literalidad de esa expresión.
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