La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Noticias del Antropoceno

Dionisio Escarabajal

Arde Cartagena

Arde la Asamblea, en Cartagena

No una sino tres veces he visto el documental El año del descubrimiento, algo que debería ser ejercicio obligado para todo aquel que desee entender los males endémicos que aquejan a la trimilenaria. Y no porque sea un prodigio cinematográfico sino porque resulta fascinante la autenticidad que transmite el discurso de los sindicalistas que constituyen lo más significativo de su extenso metraje. 

Al oír sus sinceros y cándidos lamentos sobre los puestos de trabajo perdidos, recuerdo lo que me decía un célebre abogado y presidente Partido del Trabajo de Cartagena, Eugenio Martínez Pastor: «Dionisio, aquí nadie monta un comercio de camisetas para venderlas una a una al público que pasa por la calle, sino para venderlas por miles al Arsenal y a las empresas públicas». 

Y como ejemplo ponía la historia de mi familiar lejano Enrique Escarabajal, propietario de una famosa librería ya desaparecida. En la época de la Transición, esta librería puso a la venta inadvertidamente un libro titulado La Escuadra la mandan los cabos, donde se contaba la sublevación de los suboficiales de la Marina en la Guerra Civil y, lo más macabro, la represión que sufrieron estos y sus familias al terminar la contienda a manos de la misma oficialidad que vio usurpada su jerarquía. Pues bien, el pobre don Enrique tuvo que suplicar al Capitán General, algunos de cuyos familiares se citaban en el libro, para que no le suprimiera el contrato anual de compra de papelería que constituía una parte significativa de su facturación.

Y es que el mal endémico de la Cartagena contemporánea siempre ha sido el papel desproporcionado que el Estado e industrias dependientes jugaban, y aún en parte juegan, en la economía local. Así que, cuando Bruselas puso como condición la reestructuración de las industrias obsoletas para permitirnos entrar en la entonces Comunidad Económica Europea, en Cartagena se armó la de Dios es Cristo. Y yo, que había montado un próspero negocio de publicidad en el año 82, diez años más tarde tuve que hacer lo que muchos pequeños empresarios y profesionales cartageneros sin ataduras: vaciar los armarios, llenar las maletas y trasladarme a Murcia.

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