En la vida, y como ante la lluvia, unos se mojan y otros se esconden, pero siempre y de todo opinamos. Mostrando nuestro punto de vista buscamos la validación social, quizás como forma de ejercer la propia libertad y por qué no, resulta placentero eso de contar experiencias que pueden interesar a otros. Cuando nos paramos a pensar y analizamos lo que vamos a decir, cabe la posibilidad de quedar como un pacato. Soltarlo sin análisis previo es la demostración irrefutable y empírica de lo mentecatos que podemos llegar a ser, y pienso, ciertamente, que el principal problema que nos lleva a meter la pata tiene un condicionante innegable: no leemos o leemos y no comprendemos.
Seguramente lo único que gratuitamente nos cultive y abra mentes sea el hábito de la lectura, sin que sea una imposición. Pocas cosas más placenteras deben existir que la de dejar volar la imaginación admirando un escrito de negro sobre blanco. La solemne palabra escrita a la que no préstamos atención tal como merece.
Artículos deportivos, recetas de cocina, novelas históricas, románticas, biografías, etc. Son el lamento del que las escribe y siente el vacío cuando se banaliza su esfuerzo. Porque pasar por alto un hábito tan sano limita toda posibilidad de saber elegir, expresarnos, restringe nuestra experiencia vital y nos limita a creer solo en la efigie que nos quieran vender.
No siempre una imagen vale más que mil palabras, y recuerdo la infancia de los de mi generación...
En La Historia Interminable (Michael Ende) bastó que un libreto le prohibiese a un niño abrir un libro para que este quedase atrapado en un mundo de fantasía.
El Guardián de las Palabras (Pixote Hunt, Joe Johnston) dejó claro como tres libros (fantasía, aventura y terror) fueron capaces de ayudarnos a superar muchos miedos infantiles.
La Princesa Prometida (Rob Reiner) fue fundamental para que muchos niños convalecientes pasaran su calentura buceando en la definición y reconocimiento de cualquier personaje que se les pusiera por delante, y El Club de los Poetas Muertos (Peter Weir) aportó a los de mi generación más desarrollo de pensamiento crítico que nos darían veinte Nintendos Switch.
¿En qué momento cortaron nuestras alas impidiéndole a las nuevas generaciones crecer con madurez y autonomía? Supongo que en el mismo instante en el que un sistema ambicioso y sin escrúpulos limitó nuestro potencial a base de injurias, nos prefirieron dóciles y sin el mínimo ápice de innovación, atrevimiento o creatividad. Descubrir y exponerse con seguridad es sinónimo de riesgo.
«Has visto el engaño en sus ojos que ya no tienen más que decir, los golpes ya no duelen» El tonto Simón, Radio Futura.
Parece que el aprendizaje y la autorrealización que nos proporciona el saber molesta a esa gente que nos quiere cada día más tontos. A tiempo estamos.