Llevo unas cuantas colaboraciones donde no me relajo. Y esta vez estaba dispuesto a hacerlo. Pero no puedo. Lo siento, pero si los que nos dedicamos a esto de la justicia no levantamos nuestra humilde voz para no comulgar con ruedas de molino, la factura que nos pasará, antes o después, será impagable. Al endémico mal de la lentitud de la misma, ya legendario e irremediable, se une ahora el desprecio a un poder del Estado, con humillaciones y desprestigio, a galope tendido.
No soy yo, que al fin y al cabo soy un número más de los que tratan de administrar justicia, sino los que tienen responsabilidades gubernativas los que también se están alzando contra este menosprecio. Se empieza por tragar con que los jueces no están preparados y si sus resoluciones no son de mi agrado; es porque son machistas (más del 60% de la carrera judicial, por cierto, son mujeres). El último grito ha sido la rebaja de la pena de uno de los condenados por La Manada. Pero la culpa no la tiene la ley, sino el juez, según se afirma desde algunos sectores de la política, a pesar de que esté claro que los equivocados fueron los que aprobaron la ley del ‘solo sí es sí’. El ‘in crescendo’, cual levadura de un bizcocho, fue el indulto a los condenados y la eliminación del Código Penal del delito de sedición, e incluso el de malversación pública de caudales. O sea, que si el dinero es público no pasa nada, pero si es privado, y te lo chorizas, sí. Increíble, pero cierto. Y la guinda de ese bizcochito puede ser, si es que al final se aprueba, una ley de amnistía para todos los que delinquieron, sin ser presos políticos, por un tema tan tonto como querer cargarse la unidad de un País, violando la Constitución y el Código Penal. Sin obviar que la segunda de a bordo del Ejecutivo se reúne fuera de España con un reclamado por nuestra justicia, al haberse fugado cobardemente mientras sus inferiores, obedientes, han pasado por la cárcel. Demencial.
Dice Ómnium (asociación cultural para el independentismo, bajo capa de cultura y lengua) que la amnistía puede llegar a 1.432 personas (ni una más ni una menos, ignoro como ha sido su cálculo). Casi como la rebaja de penas de los violadores.
Desde el presidente del Consejo General del Poder Judicial, hasta los ciudadanos en general, creen que la amnistía es inconstitucional, pasando por los técnicos en ese derecho. Es difícil estar de acuerdo con la amnistía, ha dicho aquel presidente. Viejas glorias del PSOE también se han pronunciado en contra de la misma, lo que les ha costado reproches e incluso la expulsión del partido (respeto a la libertad de expresión se llama eso). Aprendí desde que inicié la carrera que el derecho es lógica, y con los años lo corroboro totalmente. Por eso los ciudadanos no comulgan con la idea de amnistiar a delincuentes. Puigdemont, que no se fía ni de la vicepresidenta que fue a reírle sus gracias, ha dicho: primero, la ley de amnistía y, después, sus votos. No en vano, acaba de ver como el exconseller Buch ha sido condenado por el Tribunal Supremo a cuatro años y medio de prisión y nueve de inhabilitación por haber contratado a un escolta ‘mosso’ para proteger al expresidente fugado. Sin embargo, ERC se conforma con el compromiso para votar a Sánchez, porque dice que no es necesario una amnistía previa. Para mí que Puigdemont es más inteligente y sabe lo que va a pasar después, si no ve antes publicada esa ley en el BOE. Por su parte, la Unión Europea (que ve casos como el de Rubiales, o el dinero que vamos a gastar en intérpretes de gallego, catalán y vasco, en la tribuna, aunque después hablen en castellano en el bar del Congreso) dice que vigilará si la amnistía contradice las reglas europeas. Esa Unión debe estar flipando con lo que está pasando en España. Un juez ordena que detengan a un fugado y una vicepresidenta del Gobierno se reúne con él en Bruselas. Finalmente, cierra el círculo el Gobierno defendiendo las medidas de gracia para abonar el terreno a una posible amnistía, a pesar de que no hace mucho el mismo presidente del gobierno dijo públicamente que la amnistía era inconstitucional.
En fin, prometo relajarme en la próxima colaboración, o no.