No soy fan de las entrevistas grabadas a criminales en la cárcel que tan de moda se han puesto en Netflix desde el rotundo éxito de Las Cintas de Brady Bunch. Pero no pude resistirme a la tentación de escuchar los testimonios de Rosa Peral, la famosa coasesina del ‘caso de la guardia urbana’ de Barcelona en el documental recientemente producido y estrenado por el popular canal de streaming.
Aunque no me considero una persona morbosa sí que me embarga una curiosidad intelectual cercana a la obsesión con el comportamiento de los protagonistas de este caso. Empecé tragándome hace un año el relato completo, en cuatro capítulos de una hora, del caso narrado por Carles Porta en su serie Crímenes, continué con un maratón de la serie magistralmente dirigida por Jorge Torregrosa, y finalicé mi atracón viendo el documental con la entrevista a la asesina convicta, Rosa Peral.
Este es un ejemplo de manipulación apenas disimulada que sigue la lógica de otros productos de la misma factoría en los cuales se humaniza al asesino y se obvia prácticamente a la víctima. Toda la gloria al asesino o, en este caso a la asesina, que son los que atraen audiencia. Rosa aparece como una persona ‘verborreica’, encontrando un discurso para cada circunstancia que se plantea. Al final casi la crees.
Sí es verdad que el papel del fiscal (aunque ganara el caso con contundencia) es de dudosa moralidad, porque utiliza todos los medios a su alcance para presentar a la encausada como una persona promiscua y así convencer al jurado de su falta de escrúpulos. Porque una cosa es ser promiscua sexualmente y otra que seas una asesina.
Más allá del relato y del juicio, lo que sobrecoge es comprobar que los asesinos se habrían ido de rositas si al muerto no le hubieran implantado una prótesis de metal con un número de serie en la operación de columna a la que se había sometido unas semanas antes. Pedro Rodríguez se llamaba y su único delito fue que su pareja de entonces, Rosa Peral, se había hartado de él.