Extrañaba tener tiempo para leer obras de calidad, pensar mejor y escribir. Mi admirado Javier Moscoso, profesor de investigación de Historia y Filosofía de la Ciencia en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), me recomendó leer Los miserables. Está siendo toda una experiencia. Es una crítica a la injusticia social de Francia en el siglo XIX, y nos anima a rectificar los errores y convertirnos en entes de bien para la sociedad. Mirad qué escribía en 1862 Víctor Hugo: «Tener éxito, esa es la enseñanza que cae a plomo y gota a gota, de la corrupción. El éxito es una cosa bastante horrenda. Su falso parecido con el mérito engaña a los hombres. Para la masa, el éxito tiene el mismo perfil que la excelencia. El éxito, ese espejismo del talento, ha engañado a la Historia (…) Prosperidad supone capacidad. A quien triunfa se le venera. Nacer con estrella, eso es todo. Tened suerte, y tendréis lo demás; sed afortunados, y os creerán grandes. Fuera de cinco o seis excepciones inmensas que suponen el esplendor de un siglo, la admiración contemporánea no es otra cosa que miopía (…) Ser un cualquiera no importa con tal de hacer una fortuna». Quizá sea condición humana, sus palabras parecieran estar de plena actualidad.
Nuestra historia reciente está marcada por la democracia. Vivimos en un sistema político definido por la soberanía del pueblo, que tiene el derecho a elegir a sus gobernantes y controlarlos. Nada hasta ahora ha conseguido derribarlo.
Los partidos políticos que han obtenido mayorías absolutas, o los que han logrado conformarlas porque se han entendido con otros, nos gobiernan en las instituciones locales, comunidades autónomas y la nación. Y, sin embargo, la corrupción está tan al orden del día como las ideas de Víctor Hugo en Los miserables. No es un tema baladí que anide en la opinología social, es un fenómeno documentado que se traduce en denuncias y sentencias judiciales por doquier. Voces cualificadas como la del juez Joaquim Bosch nos muestran, en obras como La patria en la cartera, el nivel de corrupción que padecemos en este país. Flaco favor le hace esto al pueblo soberano. Es la bacteria que se cuela por donde nuestro sistema democrático hace aguas, gangrenándolo.
En mi opinión debemos hacernos preguntas para entender qué está sucediendo. Murcia, principios del siglo XXI, sociedad decadente: el Mar Menor agoniza, elevados niveles de contaminación, también de pobreza, cabeza de lista en denuncias por delitos machistas, abre noticieros con homofobia, racismo, odio de las propias instituciones públicas donde insultar no tiene consecuencias significativas. Por lo menos desde el Ayuntamiento de Murcia han pedido disculpas por insultar recientemente al concejal socialista José Antonio Serrano Martínez y al independiente Ginés Ruíz Maciá. Una servidora aún las está esperando del concejal ultraderechista en esa corporación municipal, Luis Gestoso de Miguel, por calumniarme en redes sociales. En fin… Prosigo. Somos, además, la Región española con mayor tasa de alumnado que repite en educación secundaria y de abandono temprano de los estudios. Nuestros jóvenes tienen muchísimas dificultades para emanciparse y poder desarrollar proyectos vitales (datos extraídos del informe técnico Jóvenes entre crisis elaborado por el departamento de Sociología de la Universidad de Murcia, marzo de 2023).
Un desastre, por mucho que haya quienes quieren hacernos creer que la vida en la Región de Murcia es un chollo. Así que ¿suman mayoría para gobernar el Partido Popular en la Comunidad Autónoma murciana y el partido de la extrema derecha (partido, por desgracia, con el que se identificarían los nazis si los hubiera aquí)? Sí. ¿Es democrático este esperpento? Parece que sí. ¿Es corrupto? También, porque una de esas bacterias que gangrena el sistema democrático es la traición a la palabra dada.
El presidente de la Comunidad Autónoma, López Miras, dijo públicamente que no pactaría con la formación política negacionista de realidades obvias, científicas. Lo ha dicho y acto seguido ha pactado con Vox. Después de todo, como decía Víctor Hugo, «El éxito, ese espejismo del talento, ha engañado a la Historia» y eso está haciendo con nosotros. Tenemos tanta costumbre de miseria que ya ni nos espanta el transfuguismo, por ejemplo. Otra vez las ideas de Víctor Hugo, tan contemporáneas en nuestros días: «Ser un cualquiera no importa con tal de hacer fortuna». Qué pena, porque así el pueblo es menos soberano y su derecho para controlar a quienes le dicen una cosa y hacen la contraria apenas puede ejercerlo realmente.
Hay que hacer autocrítica más allá del hastío que produce recibir mentiras a la cara y públicamente, del enfado porque haya dirigentes que hacen lo que sea para aferrarse a los cargos sin importar valores e ideas, salvo embolsar sustanciosos sueldos haciendo de ello una profesión, y de la impotencia que supone para las personas demócratas ver cómo se nombra vicepresidente a un hombre que niega, entre otras evidencias, la violencia machista cuando, mientras escribo este artículo, 44 mujeres han sido asesinadas en lo que va de año porque sus parejas varones han decidido que si no son para ellos no son para nadie. Hay que hacer autocrítica.
Hay que preguntarse con valentía y responderse con sinceridad. Y hay que actuar. ¿Qué estamos haciendo mal desde los sectores progresistas para que en esta Región logren gobernar una legislatura tras otra, durante décadas, los conservadores y, últimamente, pactando con ultrafilonegacionistas a quienes dan cargos institucionales y competencias de Gobierno?
Formulo la pregunta de otra manera ¿qué no estamos haciendo bien? Porque la gente, cuando vota y no vota, tiene sus razones para hacer lo que hace. ¿Por qué no hemos conseguido esta vez ilusionar y convencer al electorado en la Comunidad Autónoma de Murcia y en muchos ayuntamientos? ¿Por qué no logramos llegar a los hombres y mujeres suficientes para que pueda gobernar un partido de izquierdas? ¿Por qué? En mi opinión, no basta con estimar que en Murcia se votó en clave nacional, ojalá. Después de todo, y espero no equivocarme, Pedro Sánchez y la izquierda, que ha sabido aunar objetivos, demostrarán tener suficiente fuerza para volver a gobernar este país. No basta conformarse para no indagar en las propias responsabilidades. ¿Se podría haber hecho de otro modo?
Toca trabajar para convencer y vencer, sí. Lo sabemos. Pero ese trabajo pasa por preguntarse ¿qué quieren las mujeres en esta Región? Quizá no quieren seguir oyendo como un disco rayado que es tiempo de mujeres para comprobar hasta la saciedad que siempre están en segundo plano o, directamente, que no están. Quizá su forma de decir «se acabó» no la estamos entendiendo. ¿Ha encontrado la población joven con quién identificarse? Quizá no se habla su idioma y les da lache quienes han de representarles. ¿Por qué se moverían del sofá para ir a votar? Quizá haciéndoles llegar en clave positiva y no de jindama ante lo que se puede venir cada punto del programa electoral. Quizá falte frescura, guapura, más feminismo en la práctica que en la teoría y, en definitiva, excelencia que no éxito para con-vencer.
No nos engañemos, es lo que hay, aquí nos tocará sufrir durante años políticas que nos harán retroceder en derechos y libertades. Y sigo dando mi opinión, porque es eso, una opinión. Quizá los aparatos deban pensar en qué mujeres y hombres ilusionan con políticas que miman al Mar Menor, a los animales, protegen a las mujeres de los hombres machistas y trabajan para que los hombres machistas se vuelvan nuestros iguales, mejoren la sanidad, educación, justicia, seguridad y en fin, todas esas cosas de izquierdas que también lo deben ser del resto de demócratas en general con decencia, palabra y altura de miras. ¿Cómo lo podemos hacer mejor? Esa es la pregunta.