La Opinión de Murcia

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Andrés Torres

Cartagena D.F.

Andrés Torres

Nadar para atrás

Llevamos tiempo lamentándonos de que los mayores se están quedando atrás en el nuevo mundo digitalizado, nos indignamos al comprobar cómo se sienten inútiles ante máquinas, cajeros automáticos o aplicaciones de móviles que son incapaces de manipular

Ilustración de Leonard Beard

Siempre he sido muy malo para las medidas a ojo de buen cubero, pero no creo que sean mucho más de tres los metros que separan la piscina grande de la pequeña en las instalaciones del Espacio Deportivo Piscina Cartagena, en la calle Wssel de Guimbarda. Sin embargo, esta escasa distancia se ha vuelto insalvable para mi padre. No se preocupen, mi padre se encuentra perfectamente. A sus 79 años rebosa energía y vitalidad. Sus ganas de exprimir la vida son, además de envidiables, un ejemplo para muchos que, como él, ya rondan, o superan, los ochenta, y para tantos y tantos cuarentones y cincuentones. También para ese 27% de jóvenes ‘ninis’, que ni estudian ni trabajan, según registran las estadísticas en nuestro país. Pero eso para otro día. Ahora, volvamos a la piscina municipal. Y déjenme que resalte lo de municipal, porque lo considero relevante en la denuncia que les voy a exponer.

Trato de simplificar. Hace ocho años, mi padre se apuntó a nadar y, debido a su edad, 71 años entonces, lo ubicaron en un grupo en la piscina pequeña, donde hacía pie y podía practicar ejercicios de aquagym. Hace un par de años, con la pandemia ya superada, algo cambió en la gestión de la piscina y establecieron nuevos horarios y nuevos turnos con paquetes de actividades que no le interesan a mi padre. Además, le impiden atender sus compromisos y responsabilidades, como los cuidados de mi madre, entre otras.

El caso es que ha seguido yendo a su piscina pequeña en el mismo horario con el que comenzó hace ocho años. Hasta que alguien, de forma unilateral, ha decidido que debe cambiar de horario y pasar a la piscina grande, donde su vitalidad y energía, a las puertas de los ochenta, apenas le permiten nadar un par de largos antes de acabar reventado.

Ha expuesto su caso y situación a un responsable de la empresa que gestiona las instalaciones municipales. Confiaba en que le permitieran seguir como siempre, pero se ha topado con que son lentejas. La falta de flexibilidad y, por qué no decirlo, de sensibilidad de este señor, ha llevado a mi padre a tener que dejar atrás ocho años de piscina pequeña y darse de baja. Comprende que estas instalaciones requieren de organización y normas, pero mantenerle el horario y el lugar acordado cuando comenzó y que le modificaron sin consultarle no conlleva gastos ni esfuerzos extra para nadie. Al menos él no alcanza a verlos y la única explicación que le ofrecen es que son lentejas.

Disculpen que personalice en mi familia, pero mi ejemplo paterno es solo uno más de cómo nos vamos deshumanizando, de cómo convertimos lo que debería estar al servicio de todos en un ordeno y mando sin sentido, de cómo las personas y sus circunstancias pasan a un segundo plano, porque se imponen demasiadas veces la absurda intransigencia y la burocracia.

Llevamos tiempo lamentándonos de que los mayores se están quedando atrás en el nuevo mundo digitalizado, nos indignamos al comprobar cómo se sienten inútiles ante máquinas, cajeros automáticos o aplicaciones de móviles que son incapaces de manipular. Y hasta nos despiertan cierta pena cuando vemos que tanto chip, tanta voz electrónica al otro lado del teléfono y tanta inteligencia artificial no les sirven para nada, porque estos nuevos mecanismos serán muy inteligentes, pero muchas veces no hay quien los entienda y son incapaces de entender y atender a nuestros mayores

Por muy avanzados que parezcan, adolecen de una falta total y absoluta para darle a nuestros mayores ni más ni menos que lo que se merecen: respeto. Los dejamos solos y atrás. Y, si es indignante que se sientan apartados, inadaptados e impotentes ante la tecnología, resulta más triste que esa falta de empatía y comprensión proceda de otra persona.

La tecnología es imparable, y su inmersión en nuestras vidas aumenta de forma exponencial. No permitamos que las máquinas y los robots nos contagien su oquedad, su falta de conexión emocional y su imposibilidad de ponerse en el lugar de los demás. De lo contrario, acabaremos siendo tan autómatas, mecanizados y ‘algoritmizados’ como cualquier cajero automático o cualquiera de nuestros dispositivos electrónicos, que nos deshumanizan a un ritmo vertiginoso. Hasta los pediatras han tenido que diseñar un Plan Digital Familiar ante el excesivo uso de las pantallas como ‘niñeras’.

Luego, nos escandalizamos de que se disparen los suicidios entre los mayores de 65 años en España.

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