He oído una cosa que me ha dejado, como dicen mis hijos, «tó loca», y es el llamado ‘Efecto TikTok’. Le han puesto ese nombre porque varios colegios le han puesto una demanda en USA, acusándole de dañar gravemente la salud mental de los niños y adolescentes. Le han puesto efecto TikTok, pero le podemos llamar efecto Facebook, efecto Instagram…lo que queramos. Cualquier aplicación que tenga un mecanismo de gratificación espontánea.
Puede parecer catastrófico, pero es un peligro real, y tiene una explicación científica. Todas las plataformas están diseñadas para que el algoritmo que las controla detecte lo que nos gusta. En qué vídeos, o qué información nos detenemos. Y en función de ese comportamiento, todo lo que nos sale son cosas que nos gustan. Y eso engancha al cerebro, que presta atención a aquello que le genera placer.
Estos chismes no son solo unos ladrones de tiempo de mucho nivel, sino que, para nuestros hijos, cuyos cerebros están en pleno desarrollo, suponen una amenaza total. Y no hay que olvidar que son la próxima generación, los próximos ingenieros, abogados, médicos… Merece la pena que cuidemos de su desarrollo.
El hecho de estar tirado en el sofá viendo cosas que te gustan, en una sucesión sin fin, produce en el cerebro chispazos de dopamina, la hormona del placer, que hace que se relaje y que, efectivamente, disfrute. Y eso no es del todo malo, no vamos ahora a ponernos en modo Rambo. Pero un atracón de dopamina para nuestro cerebro, a diario y de forma indefinida, genera efectos a largo plazo.
Con la divulgación de los conocimientos científicos, hemos sabido que en nuestro cerebro hay una zona, que es la corteza prefrontal, que se encarga de la atención y de la concentración. Pero también de los impulsos, o de la resolución de los conflictos. Es una zona que va madurando con el tiempo, muy poco a poco. Es, entre otras cosas, la parte del cerebro que nos ayuda a postponer la recompensa. Como habrás adivinado, madura con pequeños esfuerzos mentales. Entonces, si acostumbramos al cerebro a recibir placer constantemente, no va a ser capaz de hacer el esfuerzo mental de, por ejemplo, apagar la aplicación y ponerse a estudiar. Y entre tú y yo, ¿no te has fijado en que esa falta de atención no sólo afecta a los adolescentes? También nos pasa a nosotros, que, cada vez que necesitamos relajarnos o distraernos, recurrimos al móvil. Al chispazo de dopamina.
Para que te hagas una idea de hasta qué punto es un peligro para nuestros cerebros, te digo que, para Netflix, su mayor competidor no es otra plataforma ni otros productos. Su mayor amenaza es, sencillamente, el sueño. Todo está pensado para que sigas con medio ojo abierto, muerto de sueño, pero enganchado.
Lo malo no es el enganche, la droga. Ni siquiera el tiempo perdido, que es oro, ya lo dice mi madre. Lo malo es que, al fin y al cabo, nada de lo que sale por la tele, en la tablet o en el móvil es real. Y la vida real exige sacrificio, pequeñas frustraciones, a veces muchos esfuerzos, que no estamos haciendo, porque estamos inmersos en el efecto TikTok. Eso nos impide (nos impide, si) y nos incapacita para ser competentes en nuestro trabajo, llegar a tiempo a nuestras citas, o simplemente esforzarnos, hacer las cosas bien.
En fin. Pero no todo va a ser malo. Hay una aplicación, Spotify, que me ha dado una satisfacción que no esperaba, y es ver a mi hija Cristina cantando Estopa. ¿Tú eras de mis tiempos?, me refiero a los tiempos de Como Camarón, La raja de tu falda y todo aquello que oíamos cuando salíamos por ahí.
Bueno, quizá hay que hacer caso a Einstein, que confiaba en que el universo es amigable, y que hay que confiar en el futuro. Ahora mismo da todo un poco de vértigo. Quizá, aparte de los móviles y del efecto TikTok, otra cosa que no tiene que dominarnos sea el miedo.