Y me da igual que sea nuestra Fuensanta, la de Guadalupe en Extremadura, la de Covadonga en Asturias, la Virgen del Prado en Ciudad Real o Nuestra Señora del Pino en Gran Canaria. Es una expresión que sirve para todo. Para significar la extrañeza y sorpresa por lo que estamos viviendo en esta España mía, y en esta España nuestra, pero no de otros. Pero también, para que nos ampare la Virgen en tales hechos y andaduras que nos ha tocado vivir. Partiendo de la base ya sentada y entendida por todos de que ser de extrema derecha y machista es malo, y ser de extrema izquierda y feminista, es bueno, lo que ya es más discutible es que sea un prófugo de la justicia el que tenga en sus manos quién puede llegar a gobernar en la España, que no es la suya. Puigdemont exige una interlocución directa con altos dirigentes para negociar. Y allá va la vicepresidenta del gobierno a Bruselas (viaje pagado con nuestros impuestos) a reunirse con él. ¡La Virgen!, qué desfachatez. Si no se toman medidas políticas y judiciales -principalmente a través de la Fiscalía General del Estado, aunque lo dudo porque de quién depende, pues eso- el desprestigio internacional de España, va a ser de órdago a la grande. Y dicen las crónicas que, entre sus pretensiones (aprovechando que los siete diputados de Junts son decisivos en el Congreso), se encuentran, además de desgastar a su máximo rival independentista, el que el Gobierno central acuerde una amnistía para los «represaliados» del 1-O, e incluso convoque un referéndum de autodeterminación del pueblo catalán.
Vayamos por partes. Dejando a un lado que un huido de nuestra justicia, al que se le rinde pleitesía desde el Gobierno, se encuentra en busca y captura (a pesar de saber todo el mundo dónde está), y que no cree en España, sea quien exija y organice la vida política de la misma, cabe preguntarse si es posible o no una amnistía. El artículo 62 i) de la Constitución Española establece que «corresponde al rey ejercer el derecho de gracia, con arreglo a la ley, que no podrá autorizar indultos generales». Es decir, que no menciona la posibilidad de una amnistía (medida de gracia por excelencia) y, además, prohíbe los indultos generales. Todo ello sin olvidar que la premisa mayor falla en este silogismo independentista, pues los presos del 1-O no son políticos, sino delincuentes condenados en aplicación de las leyes de un Estado de Derecho. Por si fuera poco, el artículo 14 de la misma Constitución, que proclama la igualdad de los ciudadanos ante la ley, prohíbe, entre otras discriminaciones, la efectuada por razón de cualquier circunstancia personal o social. Lo que, aplicado a la amnistía pretendida por los independentistas, supone que la misma sería solo para los condenados por el 1- O, dejando fuera, y, por tanto, excluyendo a las demás personas condenadas por hechos distintos. Vamos, que no, que no es posible constitucionalmente una amnistía, ni siquiera esgrimiendo la sentencia del Tribunal Constitucional 147/1986, de 25 de noviembre, cuando dice que la amnistía es siempre una institución excepcional, porque precisamente eso es lo único que dice, y no que sea posible una amnistía o un indulto general. No es lo mismo una Constitución donde cabemos todos que una Constitución en la que todo cabe. Pero claro, si se le da bola a Puigdemont, nada me extrañaría que la convirtiéramos en un bloque de plastilina moldeable a todos los gustos.
Mientras tanto, se aprovecha cualquier circunstancia para atacar a los jueces, diciendo que son unos «Rubiales con toga» porque aún no han condenado a alguien que mantiene que el pico fue consentido, y la besada lo contrario, presentando denuncia en fiscalía. Cese sí, pues parece que los antecedentes conductuales del sujeto lo requerían, pero aún no ha sido condenado como autor de un delito de agresión sexual. Y así, con horas y horas de debate, no hablamos de amnistía, ni de referéndum de autodeterminación, ni de cesiones a los independentistas, ni lo que es peor, del precio del aceite, de la vivienda, etc.
Por eso, hoy más que nunca, al celebrarse todas las advocaciones marianas, exclamo: ¡La Virgen, qué racha! ¡Ayúdanos!