Tengo un amigo que odia a sus padres, fallecidos ambos (el padre hace solo unos días), porque no le dejaron ser infeliz. Y no es que buscara la infelicidad por capricho, sino porque quería ser poeta maldito, proyecto -añade él- inviable de desde el bienestar. Sus padres, pues, cortaron de raíz sus ambiciones líricas. De niño lo colmaron de cuidados. De adolescente, lo proveyeron de psicólogos que lo ayudaran a atravesar esa difícil etapa de la vida. De joven, le pagaron los mejores colegios y luego la mejor universidad para que saliera a la realidad con una formación superior a la media y consiguiera un buen trabajo. Más tarde le compraron un piso para que comenzara su vida adulta sin hipotecas de ninguna clase.
-Con unos padres así -se me quejaba amargamente en el tanatorio, con el cuerpo de su progenitor aún caliente a la vista de todos- no puedes ser infeliz sin sentirte culpable.
-Claro -dije envidiándole para mis adentros.
-A mí -continuó él-, me habría gustado ser un poco alcohólico o un poco drogadicto, no sé, incluso un poco suicida, como cualquier poeta que se precie. Pero la sola idea de hacerlos desgraciados a ellos después de todos los esfuerzos que habían puesto en mi educación me llenaba de remordimientos.
-Ya -dije, pues no me parecía el momento adecuado para discutir.
-Tampoco podía mostrarme infortunado porque eso los habría hecho infelices a ellos.
-Bueno -me atreví a sugerir-, tal vez podrías haber sido un poeta maldito clandestino y firmar con pseudónimo.
Mi amigo dudó. Luego dijo:
-¿Y por qué tenía que ocultar yo mi vocación?
-Lo acabas de decir: para que ellos no fueran desgraciados.
Permanecimos en silencio unos minutos. Luego, por pura maldad, le sugerí que, puesto que ser feliz le había hecho tan infeliz, y ahora que sus padres habían fallecido, quizá podía retomar su vocación de poeta maldito sin hacer daño a nadie.
-¿A nadie? -respondió-. ¿Y mi mujer, y mis hijos, que me han proporcionado una vida repleta de satisfacciones?
Total, que le di un abrazo y me fui con la música a otra parte.