Los hechos sorprendentes que nos inducen a un estado de pasmo nos obligan a tomar un partido que, aunque muchas veces no es necesario, no hay que tener una opinión sobre todo, en esta sociedad de la información parece perentorio, hasta el punto que, a veces, nuestras opiniones son peregrinas como bandadas de aves que vuelan al país de olvido, de donde nunca debieron emigrar . Ya saben, es mejor estar callado y parecer tonto que abrir la boca y disipar dudas, que dijo Mark Twain. Es posible que esta sea una de esas ocasiones.
El descuartizamiento de Edwin Arrieta es uno de esos eventos que nos ha abierto un poco en canal a todos y ha mostrado esos órganos ocultos que nos animan y que no vemos desde fuera. El presunto asesino de Arrieta proviene de una familia bien asentada y se le supone una educación. La falta de ella es, sin duda, sólo su responsabilidad, porque ya es mayor, no de su familia. Eso, que pareciera que todos deberíamos tenerlo claro, parece que no, a la vista de la sensación general, quizás confundida con el puro morbo, donde el relato sobre el asesino de Arrieta, que parece más un drama en si mismo que la consecuencia de sus actos, pinta a ese presunto asesino como una pobre alma en desgracia en manos de la inevitabilidad del destino. Y no.
Salvador Sostres es una de esas personas que de tiempo en tiempo nos enseña sus entrañas y nunca falla en mostrarnos un nuevo abismo cuando creíamos que ya habíamos visto el fondo. Lo abisal esta vez es pintar a Arrieta como una marica mala que casi se tiene merecido lo que le haya pasado, porque se le escapa que el deseo, la codicia y las contradicciones del asesino puedan tener algo que ver. La intención de Sostres es epatar y lo hace con un argumento que, sin ser enunciado si encuentra eco. Ese relato de desgracia sin causa aparente del asesino de Arrieta, cuya vida presuntamente heterosexual se ponía en peligro y por eso parece que no tuvo otra solución es un síntoma de lo que digo.
Porque ¡hay que ver que calzonazos son los hombres heterosexuales!. El dilema del armario lo hemos enfrentado muchas personas LGTBI, y nos ha dejado, mucha veces, a merced de otras personas, heterosexuales en su mayoría, hasta que lo hemos solucionado, pero no hay un término tan específico como el usado por Sostres. Esa misma inevitabilidad que condujo al asesino de Arrieta a descuartizar ha llevado al presidente de la RFEF a presentar una resistencia numantina, repartiendo carnets de feminismo y llamando la consecuencia de sus actos como una conspiración, porque el señor presidente que, aparentemente, no hizo nada malo, ha presionado a Jennifer Hermoso, ha falsificado declaraciones suyas en una rueda de prensa y, al final, es Jennifer Hermoso quien tiene que exponerse y quemarse porque un señor heterosexual ha visto peligrar su estatus. Jennifer está viva, Arrieta está muerto. La magnitud de los actos no es la misma, por supuesto, pero la base que los sustenta es idéntica, se llama machismo y quizás sería tiempo de deshacerse de él. No vaya a ser que usted sea la próxima víctima.