De Cine

Pre-Code, la última joya de Notorious

Balmori desnuda la época dorada del cine norteamericano y nos muestra cómo era esta disciplina antes del puritarismo que trajo consigo el código Hays

El signo de la cruz, de Cecil B. DeMille, una de las películas destacadas en el libro de Balmori

El signo de la cruz, de Cecil B. DeMille, una de las películas destacadas en el libro de Balmori

Entrevisté a Guillermo Balmori hace algún tiempo. Por aquel entonces yo vivía en Estados Unidos y había caído en mis manos una de esas piezas de museo que son los libros de Notorious. Fue una conversación telefónica apasionante con John Ford y Alfred Hitchcock como platos principales, pero de fondo me quedó el mal sabor de boca de no haber estado frente a frente con el entrevistado. Esa cuenta pendiente se ha extendido a lo largo de estos años y solo ahora, gracias a la Feria del libro de Madrid, he podido al fin saldarla.

Nuestro breve encuentro tuvo lugar el sábado, a esa hora mortal del medio día donde el sol castiga y medio Madrid decide ir a pasear por el Retiro. Durante unos minutos me refugié en la caseta de Notorious, huyendo de la gran estampida humana. Desde la lejanía aquello parecía filmado en plano americano. En primer término, estaban Guillermo Balmori y Enrique Alegrete hablando con los lectores, sacando a relucir seguramente alguna reliquia cinematográfica sepultada por el olvido. En la lejanía, a modo de forillo, se situaban las estanterías con sus inconfundibles colecciones: los Universos, los Aniversarios, una montaña entera dedicada a José Luis Garci.

Ya en plano medio, la vista se me disparó en todas direcciones. Del extenso catálogo me decidí por Hollywood antes de la censura, las películas pre-code, la última aventura literaria de Balmori. Tuve la oportunidad de escuchar de su propia voz la cimentación del libro. El autor ha querido desnudar la época dorada del cine norteamericano y mostrarnos cómo era esta noble disciplina antes del puritanismo que trajo consigo el código Hays. Sostiene el escritor que «la culpa» de que todo saltase por los aires la tuvo el sonido. Durante la época silente los espectadores debían imaginar las voces de los criminales, prostitutas y demás criaturas del demonio, y fue justo con el final del mudo cuando el lenguaje hablado apareció y las escenas comenzaron a hacerse más explícitas. Al otro lado de las tinieblas se situaron los «guardianes de la moral pública», una larga lista de asociaciones religiosas y otras agrupaciones ofendidas con los derroteros tomados por la industria, forzando la creación de aquel código miserable que nos robó tantas piernas y tantos besos a los cinéfilos.

Este es el punto de partida para que Balmori nos arrastre hacia una extensa lista de películas nacidas antes de la llegada definitiva de los mandamientos del señor Hays. El hipotético lector se las verá con infieles ladrones de alcoba, enemigos públicos, rubias de vértigo con tendencias sexuales por monos gigantescos, danzas lésbicas bajo el signo de la cruz y un sinfín de atropellos dirigidos directamente al alma de la decencia. Advertidos quedan. La brillante y lujuriosa escritura de Guillermo Balmori no es apta para corazones rígidos.

Una porción importante del libro, como todo lo que pasa por las imprentas de Notorious, son las fotografías que acompañan a los textos. La fuerza de las imágenes lleva el relato un paso por encima de la mera descripción de los atributos cinematográficos, y uno tiene la sensación de que las películas comienzan a rodar por las páginas como si se tratase de una de aquellas pantallas enormes que colgaban de los teatros ya desaparecidos. 

El máximo responsable de esta marca de identidad es Enrique Alegrete. Tuve la oportunidad de cruzar unas palabras con él, y pude hacerme una ligera idea de la babilónica colección gráfica que ha ido reuniendo a lo largo de su vida, sin duda, un paraíso hollywoodiense bajo el cielo de Madrid. 

Ya de vuelta en Italia, escribo estas líneas atrapado en muchas de las obras retratadas en el libro. Mas allá de morirme por ciertos títulos descubiertos, sorprende comprobar que no estamos tan lejos de aquel código Hays del diablo. 

Es monstruoso contemplar el precipicio hacia el que se dirige el cine y, lo peor de todo, atestiguar que nos encanta nadar en los lodos del pasado. 

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