Nunca he sido de idolatrar demasiado ni a nada ni a nadie. Será quizás por esas ideas revolucionarias y anarquistas de adolescencia y juventud en las que predicábamos aquello de «ni dios, ni patria, ni ley» que yo asumí, también, en lo más cotidiano de mi vida. Aunque disfruté de aquello que me gustaba, jamás hice bandera de nada: ni esperé colas kilométricas para ver ningún concierto, ni pedí autógrafos como si se me fuera la vida en ello. Gusté y degusté, afortunadamente, muchos placeres pero sin ese tinte de obsesión, ceguera o fanatismo.
Con los años he mantenido esa moderación y no me reconozco para nada en el fenómeno fan. Sin embargo, he aprendido a admirar, de otro modo, tanto a personajes públicos como a muchas otras personas que me rodean y de las que he aprendido y me queda mucho por aprender.
Hace unos días despedíamos a la ciclónica Tina Turner, y rememoré, tras años en el olvido, lo mucho que me fascinaba la figura de la gran señora del rock negro -de nacionalidad estadounidense, hasta que renunció a ella por la de suiza - incluso siendo una niña. La recuerdo siempre sobre los escenarios, y es que, claro, ella tuvo una carrera de más de 50 años sobre los mismos (y yo aún no tengo los 40) y se retiró, ni más ni menos, que con 63.
De ascendencia afroamericana y nativa americana, cheroqui y navajo, era quizás esta mezcla racial lo que la convertía en un espectáculo de mujer, no solo por sus esculpidas piernas y sus contundentes rasgos, sino también por sus enérgicas actuaciones. No habrá nunca nadie que se mueva como ella.
Era tremendamente poderosa sobre un escenario. Sin embargo, y paradójicamente, fue víctima de malos tratos durante los años que duró su matrimonio con el también cantante Ike Turner. Una pelea entre ambos camino de un espectáculo en el Hotel Hilton de Dalas que acabó en una brutal paliza puso fin al binomio sentimental y profesional.
Pero no fue a lo único que tuvo que sobreponerse. Aborto, suicidio de un hijo, intento de suicidio y varias enfermedades: accidente cerebrovascular y cáncer intestinal, entre otras. La reina del rock llegó incluso a plantearse la eutanasia.
Pero yo siempre la recordaré como aquella diosa «salvaje y enérgica», como ella misma cantaba en The Best, con una melena eléctrica y una voz prodigiosa que incluso cualquier anárquico idolatraría.