Con paso firme y sigiloso, el arco cargado y dispuesto para el disparo certero, el cazador se va aproximando a sus presas que, pareciendo no advertir la presencia de su enemigo, beben agua del arroyo que discurre por el fondo del barranco, ajenas al peligro que les acecha. Si la nuestra fuese una narración novelada, en términos muy parecidos a estos podríamos describir la cacería representada en el abrigo segundo del conjunto de la Cañaica del Calar, en Moratalla.
La caza es, con diferencia sobre el resto, la actividad más representada en el arte rupestre levantino. En ocasiones, se trata de acciones individuales en las que un solo cazador se aproxima y ataca a uno o varios animales. Un claro ejemplo es el descrito al inicio de nuestro relato, pero también lo sería el pintado en el Abrigo del Mojao de Lorca, en donde un arquero, sosteniendo el arma al frente en una mano y un haz de flechas en la otra, corre al encuentro de dos animales, seguramente cápridos. Estos serían paradigmáticos ejemplos de esa caza individual, en las que unas veces los animales permanecen indiferentes a sus captores, indicando una fase inicial de la misma, y en otras, en cambio, ya han sido asaeteados y heridos de muerte. Junto a estas, también se han pintado cacerías colectivas en las que participan varios cazadores, en algún caso un elevado número de ellos. Este tipo de composiciones tienen un valor añadido por cuanto proporcionan una información de carácter etnográfico de gran interés. Por un lado, ponen de manifiesto que esta era una actividad social de primer orden que involucraba a todo o, al menos, a gran parte del grupo y, por otro, nos permiten constatar la existencia de una planificación detallada de esas tareas cinegéticas, que en modo alguno se dejaban a la improvisación como podríamos, erróneamente, pensar.
Gracias a estas capturas masivas sabemos que la técnica empleada de forma mayoritaria ha sido la del óleo, de la que tenemos representadas sus distintas fases. La primera etapa consiste en la localización de los animales, para lo cual se seguía el rastro dejado por estos, lo que en la pintura levantina se ha señalado por medio de unos pequeños trazos pareados que simulan las huellas de aquellos, junto a las que se representa algún personaje que hace las veces de ojeador. En verdad, no contamos con demasiados ejemplos en los que se visualiza este primer paso de la caza, pero son claros los pintados en la Galería Alta del Roure en Morella y en Cueva Remigia de Ares del Maestre, entre algún otro. Mayor número de testimonios tenemos de la segunda fase del ojeo, en la que los cazadores corren detrás de los animales o también se intercalan entre ellos, a veces en una simple persecución mientras los acosan, en otras disparando al mismo tiempo sus flechas. Son, sin duda, las composiciones más dinámicas del arte levantino, en las que se plasmaron perfectamente tanto la velocidad como la violencia del momento, hasta el punto de que muchos de los individuos que aparecen involucrados en ellas adoptan posturas casi imposibles, con abertura de piernas llevadas hasta el límite. La cacería culmina cuando los animales, que han sido encaminados por un terreno predeterminado, llegan a un punto final en el que les aguarda el resto de miembros que forman la partida. Sin duda, el paradigma de esta última fase en la caza lo representa la escena representada en la Cova del Cavalls de Tírig (Castellón) en la que varios arqueros se enfrentan, con sus armas preparadas para el disparo, a una decena de ciervos que avanzan hacia ellos mientras son acosados por el grupo perseguidor. A veces, la ausencia de aquel primer grupo nos lleva a pensar que los animales también podían ser conducidos hasta un desfiladero por el que finalmente caerían despeñados.
Las armas utilizadas son mayoritariamente el arco y las flechas, si bien, en ocasiones, algunos de los protagonistas de estas composiciones sostienen en sus manos unos objetos de pequeño tamaño, ligeramente curvados, que interpretamos como palos arrojadizos, parecidos a los conocidos bumeranes. Estos suelen aparecer en esas escenas que reflejan la etapa intermedia de las cacerías, aquella en la que se hostiga a los animales. Única es, por el momento, la imagen de un personaje que se vale de piedras como arma arrojadiza, documentada en el conjunto del Arroyo de los Covachos de Nerpio.
A tenor de lo que nos enseñan las representaciones, todo parece indicar que la captura de grandes animales es una actividad desempeñada por el hombre, ya que no hay evidencias gráficas lo suficientemente claras que muestren a la mujer involucrada en ella. Por su parte, los animales más cazados son los ciervos y las cabras, y en menor medida los jabalíes que, no obstante, participan en algunas de las composiciones más vivaces que podemos observar en el arte levantino.