Espacio abierto

Aliados de nuestra causa

La lucha de las mujeres ha contado con el apoyo de hombres visionarios a lo largo de la historia, hombres que también desafiaron las normas sociales y cuya contribución ayudó a asentar las bases para futuras luchas por los derechos de las mujeres

Marqués de Condorcet

Marqués de Condorcet

Cuando la escritora Christine de Pizan reunió a las mujeres de la historia y de la mitología en su Ciudad de las Damas quería mostrar la contribución de estas al progreso de la humanidad, y que la única causa de la supuesta inferioridad de las mujeres era la opresión de los hombres. Sostenía que muchos hombres estúpidos compartían la opinión de que no se debía dar oportunidades a las mujeres de que se educaran, porque no les gustaba que estas supieran más que ellos. Sin embargo, también reconocía que había hombres inteligentes que no compartían esta opinión. Afortunadamente, la lucha de las mujeres ha contado con el apoyo de hombres visionarios a lo largo de la historia, quienes también desafiaron las normas sociales y cuya contribución ayudó a sentar las bases para futuras luchas y reflexiones sobre los derechos de las mujeres.

La mayoría de los que debatieron la igualdad, o desigualdad, sobre todo a partir del siglo XV con el inicio de la querella de las mujeres, trataron de demostrar la inferioridad natural de las mujeres con el fin de establecer el lugar que debían ocupar en el orden social, es decir, en la familia, en la política y en la cultura.

También hubo muchas voces, masculinas y femeninas, contra los argumentos misóginos de estos, y otros autores que arraigaron en la universidad y en las cortes europeas.

Fue durante el siglo XVII cuando empezaron a correr ríos de tinta a favor y en contra de la educación de las mujeres, de su papel en la sociedad, pero solo François Poulain de la Barre se ocupó del tema haciendo de las mujeres su sujeto epistemológico para tratar de desvelar el mayor de los prejuicios, la desigualdad sexual, y a partir de ahí pensar los enigmas filosóficos de su época. 

Para Poulain de la Barre el cerebro no tiene sexo, el conocimiento y la educación es accesible a todos por igual y, por tanto, todo el mundo puede participar en la vida pública. En su obra De l’égalité des deux sexes, publicada en 1673, explica detalladamente el origen histórico y social de la subordinación femenina, y defiende con rigor la capacidad de las mujeres para cualquier disciplina. Así, argumenta que las diferencias entre hombres y mujeres no son biológicas, sino construcciones sociales que pueden y deben ser desafiadas. Celia Amorós destaca la figura de este autor por su contribución en la lucha por la igualdad y lo considera un precursor del feminismo moderno, a pesar de haber sido ignorado por sus contemporáneos y no haber tenido su obra un impacto inmediato en la sociedad.

Menos significativa fue la huella de la obra de Gilles Ménage, gramático y latinista francés, quien en su enciclopedia sin precedentes Historia Mulierum Philosopharum (1690) devuelve la palabra a sesenta y cinco mujeres a las que, seguramente, hoy no encontraríamos en nuestros diccionarios filosóficos. Ménage, asiduo de los salones parisinos, valoraba la inteligencia de las mujeres de su época, y en honor a ellas escribió esta obra reivindicando la existencia en todas las épocas de mujeres que pensaban, que eran protagonistas de una actividad intelectual. El libro estaba dedicado a mademoiselle Lefèbvre Dacier, editora, escritora y traductora; «la más sabia de las mujeres actuales y del pasado», según Ménage y «uno de los prodigios del siglo de Luis XIV» para Voltaire.  

Aunque no haya sido suficientemente valorado, el marqués de Condorcet fue el teórico del Siglo de las Luces que más explícitamente defendió los derechos de las mujeres y su participación en el debate público. Otros filósofos, como Diderot, fueron sensibles a la situación de las mujeres, pero fue Condorcet quien denunció que los políticos de La Revolución se habían olvidado de «la mitad de la humanidad», que tenía el derecho natural a la ciudadanía. 

Pensaba que la exclusión de las mujeres era una forma de tiranía, basada en prejuicios y privilegios ilegítimos, y que esto era totalmente contrario al principio rector de La Revolución: la igualdad.

Además, defendió la educación pública universal, incluyendo a las mujeres y planteando principios coeducativos.

Sus convicciones y su compromiso con el ideario de La Revolución le llevaron a presentar a la Asamblea Nacional el primer proyecto de voto y de plena ciudadanía para las mujeres, a defender con valentía causas justas olvidadas por los revolucionarios y convertirse así en un aliado a la causa feminista.  

Al votar en contra de la ejecución del rey, pues era contrario a la pena de muerte, y criticar abiertamente la nueva constitución, es detenido y encarcelado, suicidándose, supuestamente, dos días después en su celda. 

Los escritos de Condorcet fueron conocidos en España por sus contemporáneos e inspiraron a los ilustrados españoles, como el padre Benito Feijoo, quien, al posicionarse en contra de la desigualdad, se enfrentó al discurso tradicional de una sociedad lastrada durante siglos por la influencia de la iglesia. 

Feijoo, autor del discurso Defensa de las mujeres (1726), aunque otorgando a las mujeres el papel de educadora y mantenedora del hogar y de la familia, cuestiona la opinión común y la misoginia de la época sobre la inferioridad de las mujeres, y sostiene que mujeres y hombres tienen la misma capacidad moral e intelectual y deben tener los mismos derechos. Así, compartiendo la idea de Pizan, expresó: «Son condenadas por incapaces en algunas materias;, siendo así que el no discurrir, o discurrir mal, depende, no de falta de talento, sino de falta de noticias, sin las cuales ni aún un entendimiento angélico podrá acertar en cosa alguna; los hombres, entre tanto, aunque de inferior capacidad, triunfan y lucen como superiores a ellas, porque están prevenidos de noticias».   

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