Erre que erre (Rockandroll)

Mi gata Benicia

Ilustración de un gato.

Ilustración de un gato. / L.O.

Jutxa Ródenas

Jutxa Ródenas

Éramos una familia feliz, estructurada como muchas. Ya es obsoleta la idea de consanguinidad y vínculo afectivo que nos describían en esas maravillosas cartas de Fournier, Familias de 7 países, todas ellas compuestas por un padre, una madre, un par de hermanos y dos abuelos..., tal vez una mascota. Creo recordar que en mis primeros artículos ya hablé de los populares naipes que nos hicieron querer viajar para conocer a la familia india, la mejicana, la china, la bantú, la árabe, la tirolesa y la esquimal. Mi familia hubiera sido una incomprendida hace 50 años, tal vez menos. Debía de ser impensable que un niño en la escuela dijese que vivía con dos mamás o dos papás, ya ni te cuento si dejamos, como es mi caso, la mamá a secas y añades a una perra y a una gata como miembros del clan. Pero al fin y al cabo eso es familia: la que cuando te despiertas convive bajo el mismo techo y a la que por encima de todas las cosas quieres proteger, la que tiene normas, proyectos comunes, desavenencias y altibajos pero que por encima de todo está unida. Hasta tener un par de mascotas, jamás hubiera considerado tratarlas como tal, pero una vez que has adquirido el privilegio de convivir con un animal que depende de ti para su supervivencia ya todo cambia. Nadie nos cuenta la generosidad desbordante de los animales abandonados que acogemos con la idea de salvarlos, nadie nos dijo que a veces son esos perros o gatos callejeros que por educación judeocristiana, piedad, o un sentimiento de soledad abrumador son los que nos salvan a nosotros. A algunas no nos hacía falta una ley que los considerase seres vivos dotados de sensibilidad, lo teníamos claro con cada gesto.

Mi familia ha saltado en mil pedazos estos días, alguien que no respetó una velocidad máxima de 30 km hora atropelló a nuestra gata y la mató, y no se hacen una idea de lo que duele, aunque para algunos no signifique más que un simple animal totalmente reemplazable. Muchos entenderán el dolor de ver llorar a tu hijo por la pérdida de su compañera de habitación.

Y claro que hay cosas peores, soy sanitaria y veo el sufrimiento diario de muchas personas desvalidas, pero les aseguro que esta sensación se le asemeja y por ello, seguramente, necesitaba contarlo. La sociedad sigue teniendo el corazón muy duro y con esta afirmación me la jugaba, pues anda que no sale demagogia de este tema, pero sepan ustedes que venía de leer a Epicuro: «[...} dulce es la memoria de un amigo que ha muerto [...]». La clave de una vida feliz es acumular la mayor cantidad de placer y reducir al máximo el dolor. A veces esa reducción que nos aconseja el griego cuesta mucho, valga para una pérdida o cualquier decepción. Sólo han pasado unos días y pienso en Benicia en prosa. No existiría la poesía sin la sobrecogedora posibilidad de morir a cada instante.

Y mi gatita; como todos los de su especie que la vida, o un conductor despistado que pasa por una calle donde existe una guardería infantil a una velocidad de vértigo nos arrebató, ya es eso, un poema para recordar, la ‘Sunday Girl’ a la que Blondie le cantó desesperada, un recuerdo.

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