Los dioses deben de estar locos

La flor y la espada

En el Guernica vemos a la humanidad doliente: la madre con el cadáver del niño en los brazos, un guerrero caído, una mujer que grita entre llamas... Reinan muerte y dolor

'Guernica', Pablo Picasso, 1937.

'Guernica', Pablo Picasso, 1937.

José Antonio Molina Gómez

José Antonio Molina Gómez

En 1937 Pablo Picasso recibió un encargo del gobierno español. Se le pedía una pintura para el pabellón de la Gran Exposición Universal de París. A la hora de definir dicha obra, el autor hablaba de repulsa a la casta militar, de denuncia contra el océano de dolor y destrucción que se abatía sobre su país. Así nació el alegato contra la guerra mejor conocido y de mayor fama en toda la historia contemporánea. La pintura ha pasado a la posteridad con el título de Guernica, el nombre de la célebre localidad que en abril de 1937 sufrió el bombardeo de la aviación alemana e italiana, y que lamentó víctimas civiles en cantidad tan numerosa como inútil.

La guerra en España, perpetrada con medios tan avanzados que forzoso es reconocerla como preludio a la Segunda Guerra Mundial, dio motivos suficientes de denuncia expresa. Pablo Neruda habló de la sangre de los niños manchando las calles; Thomas Mann denunció el concurso del fascismo y el uso de tropas coloniales contra el pueblo español; el pintor Horacio Ferrer, con su obra Madrid 1937, y sirviéndose de una estética que recordaba al realismo soviético, había logrado un pintura claramente denunciadora y cronística; de manera inequívoca reconocemos a las víctimas, mujeres, madres, niños, delante de casas convertidas en escombros. Artistas y escritores clamaban contra las atrocidades de la guerra moderna dirigida contra la población civil.

Sin embargo, Picasso sobrepasó toda medida y ofreció algo fuera del tiempo, algo que podía apoderarse del nombre de Guernica, pero que en realidad era mucho más complejo, reflejo leal del sufrimiento humano. Picasso creó la pintura de guerra por definición, y lo hizo para todas las épocas. Nada hay en el lienzo que denote una intención cronística, una posición de pura y simple denuncia por un hecho desalmado, como sin duda fue el castigo caído sobre personas pacíficas, mujeres y niños. La obra prescinde de cualquier límite geográfico o histórico. En el Guernica vemos a la humanidad doliente: la madre con el cadáver del niño en los brazos, un guerrero caído, una mujer que grita entre llamas, mientras otra porta un quinqué para ver las escenas del horror, que a su vez ilumina un misterioso ojo con forma de bombilla desde el vértice elevado de una pirámide, ideal e invisible. Reinan muerte y dolor.

Lejos del cromatismo escultórico que su contemporáneo Pere Daura había elegido el mismo año para su pintura La pesadilla, Picasso recurría solo a una escala de grises que alternaba entre la luz y la oscuridad. Los recursos del expresionismo y del cubismo se ponían al servicio de una idea, que no era otra que mostrar la crueldad de la destrucción, la muerte del inocente, el aplastamiento del débil por extrañas y poderosas fuerzas perceptibles, no plenamente reconocibles, misteriosas, ocultas, mas palpables y dolorosamente eficaces.

Sobre el suelo, y mutilada, yace la figura de un guerrero; tiene los ojos grandes, fijos y abiertos. Son los ojos de un cadáver en cuya mirada ha quedado impreso el horror; los brazos se extienden sobre el suelo, una de sus manos aún dobla los dedos que sostuvieron la empuñadura de una espada rota. Quien a hierro mata, hierro muere, podría pensarse; pero la espada es mucho más. Simboliza el orden y la justicia, el imperio de la ley sobre el ímpetu violento e irracional, la fuerza del valiente en lucha honesta. La espada está partida, y el guerrero que la empuñó se encuentra despedazado sobre la tierra de la que nació, y de la cual brota, como por extraña acción mágica, una flor regada con la sangre de animales, hombres, mujeres y niños; que quizá por ello sea una sublimación del dolor, un frágil monumento a la esperanza humana, que pese a la poderosa acción de la maldad, logra nacer de nuevo en cada tierra profanada, en cada campo mártir. Y anuncia que la muerte no prevalecerá.

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