Observatorio

Pequeños diablos

Isabel Díaz Ayuso.

Isabel Díaz Ayuso. / Jesús Hellín

José Luis Villacañas

Todo aprendiz de brujo, al inicio del aprendizaje, debe pronunciar unas palabras fatídicas. Ha de responder a la pregunta del gran diablo. «¿Estás dispuesto a todo?» El aprendiz ha de contestar: «A todo». Ese es el pacto de sangre. Así se inician las aventuras y echan a rodar las tragedias históricas. Quien firme este pacto tiene que ser un indigente intelectual. Su imaginación no está en condiciones de representarse lo que en concreto encierra ese «todo». Tras ese ritual, otro pequeño diablo se pone en marcha. 

No tengo dudas de que esta escena describe el ingreso de Isabel Díaz Ayuso en la política española. Ahora solo comenzamos a darnos cuenta de lo que el maestro ha escrito en el guion del aprendiz. La habilidad fundamental de ese gran diablo es su control del tiempo. No nos deja saber nada de lo que hay en la siguiente página del libro hasta que no nos hayamos acostumbrado a lo escrito en la página anterior y lo veamos como natural y cotidiano.

Si hay una diferencia entre la época ingenua de la modernidad y la tardía contemporánea, tiene que ver con el Fausto. Goethe creía que el pacto con el diablo acaba en comedia. Nosotros, los contemporáneos, sabemos que acaba en tragedias que agitan a los pueblos. Por eso debemos impedir que el guion avance. La primera página fue insistir en la ilegitimidad del Gobierno Sánchez. Se intentó desplegar el argumento de que la democracia española no puede pactar con Bildu ni con ERC. Por debajo se imponía la otra cuestión: tampoco con Podemos. Así se gestionó la transversalidad populista de Ayuso. La equivalencia entre estas formaciones es la que hay entre terrorismo, independentismo y comunismo. 

Llevamos años normalizando este discurso. Vox emergió para ello. Ahora hemos visto lo que hay en la siguiente página: ilegalización. Se comienza por pedir que se ilegalice a Bildu por terrorismo. Pero ya se ha dejado caer que hay una equivalencia para continuar. Luego vendrá el independentismo y el comunismo. Si se logra normalizar este discurso y cala en el electorado, se podrá decir que todo ha sido limpiamente democrático. El gran diablo siempre opera igual. Y cuando todo se incendie, como en 1933, entonces se echará la culpa a los comunistas, a los terroristas y a los independentistas. 

Releo estos días el magnífico libro de Ernst Fränkel, El Estado dual. Ahí está muy bien descrita la estrategia del gran Mefisto. Consistió en hacer un uso continuo y extraordinariamente amplio del peligro comunista, de tal manera que la cobarde e histérica burguesía alemana acabó tragando todo tipo de medidas preventivas para impedir que la amenaza comunista entrara por algún resquicio en el idilio alemán, prohibiendo asociaciones de todo tipo. Incluso ser protestante fue una ventana al comunismo. El gran Mefisto ya había pronunciado las fatídicas palabras: «cualquier cosa». Todos callaron ante él.

Esta estrategia, que viene de lejos, ha llevado a que el PP no tenga prácticamente representación política en el País Vasco o en Cataluña. Cuando arrastró al socialismo a su estrategia, disminuyó de forma sustancial la presencia del PSOE en aquellos territorios. En lugar de rectificar democráticamente, propone las ilegalizaciones. Se dice que este discurso se lleva a cabo para ganar votos a Vox en Madrid. Claro. Pero no se dice que forma parte de un proceso continuo cuyo resultado es que las diferencias entre Ayuso y Vox se van reduciendo al máximo. El PP debe comprender que Ayuso alberga un Alien en su seno que lo devorará. El partido nacional de Ayuso es Vox. Es así de sencillo.

Nos decimos que esto no tiene mucha importancia porque es mera pose electoral en unas elecciones regionales. Eso es miopía. Estamos ante un proceso continuo, que marca una tendencia, genera un suelo discursivo, exige intensificaciones y escaladas. Y eso es así porque las fuerzas que hay tras el proyecto Ayuso, el gran diablo, no solo quieren Madrid. Lo quieren todo, a su tiempo, como se comienza a ver en Andalucía. El pasado viernes, Isabel Díaz Ayuso respondía en RNE, con su confusión mental característica, a las preguntas de Íñigo Alonso. Lamentó la asociación con Bildu de Sánchez y dijo que estos «terroristas» -siempre habló en presente de ETA- aprobaban leyes sobre la vivienda. Y, podía haber añadido, sobre los salarios mínimos. Y sobre el impuesto a la banca. Y sobre la Universidad. Y sobre la salud. 

En suma: para Ayuso es muy mala noticia que ERC y Bildu se impliquen de forma constructiva en la política progresista del Estado. Alguien quiere tener las manos libres para impulsar una política ajena a todo sentido social, que nos someta sin obstáculo a procesos acumulativos de beneficio de un capitalismo internacional. Bildu -con parlamentarios brillantes y razonables- tiene que ultimar su proceso de transformación democrático e interiorizar que el enemigo no es España. Ese capitalismo es el enemigo. Lo padecerán todos los pueblos hispánicos y solo todos juntos lo podrán mantener a raya. 

Que los que llevan casi un siglo sin cerrar la herida moral de indignidad que encierra el no reconocer a las personas que yacen asesinadas por los campos y cunetas de España, no concedan ningún tiempo para cerrar la herida del terrorismo de ETA, constituye la más vergonzosa instrumentalización del argumento moral. Y ese oportunismo moral es una de las características de la flexibilidad y del cinismo del gran diablo. Que las víctimas de ETA lo vean así, es un motivo de esperanza para este país.

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