El prisma

Debatir hasta sangrar

Pablo Molina

Los debates electorales tienen cierto interés por el morbo de ver a los candidatos que nos machacan los oídos y afean la vista durante la campaña electoral recibiendo estopa en directo por parte de sus rivales. No hay evidencias demoscópicas que acrediten la influencia de los debates televisivos en la orientación del voto a favor, pero un fracaso estrepitoso sí podría decantar al votante indeciso. En otras palabras, los candidatos que acuden a un debate tienen poco que ganar y bastante que perder. Solo por eso debería haber un debate diario televisado, pero no sólo de los candidatos, sino también de los que los acompañan en las listas, la mayoría de los cuales están ahí por ser amigachos del líder. Y muchas preguntas de los ciudadanos, sin ningún filtro ni moderadores cortesanos. ¿Hay huevos? Ni hay, ni los habrá.

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