La espiral de la libreta
Por qué importa Frank Sinatra
Olga Merino
Viendo bajar a Pedro Sánchez del avión que lo ha trasladado a Washington, descendiendo las escaleras tapizadas de rojo, con ese swing, esa cadencia en el movimiento, me he acordado de Frank Sinatra, vete a saber por qué. «Come fly with me / Let’s fly, let’s fly away». Ven y vuela conmigo, volemos, volemos lejos.
El cerebro hace extrañas conexiones. Quizá porque, entre otras cuestiones, el presidente del Gobierno se dispone a conversar con Joe Biden sobre la tierra radiactiva de Palomares, 40 hectáreas contaminadas, que se limpiarán ahora, se supone, al cabo de 57 años.
Lo de las bombas termonucleares en Almería, lo de Fraga en bañador Meyba, coincidió más o menos en el tiempo con la detención de Sinatra en Málaga y una multa de 25.000 pesetas por desacato a la autoridad tras una trifulca.
Salió echando pestes de la España franquista: «Jamás volveré a ese maldito país».
Cómo hemos cambiado, por suerte. Antes esperábamos a Míster Marshall; ahora vamos a su casa.
«Euforia preolímpica»
El gran crooner regresó. Primero a Madrid, en 1986, y luego a Barcelona, para ofrecer un concierto inolvidable, el 3 de junio de 1992, trasladado al corre que te pillo al flamante Palau Sant Jordi por las lluvias torrenciales caídas la víspera (iba a celebrarse en el Miniestadi del Barça). Le aguardábamos 13.000 personas entregadas desde el principio, después de una larguísima espera, un público entusiasta, electrizado de euforia preolímpica. A los 76 años, Frankie, La Voz, ya no era el mismo -tampoco nosotros ni la ciudad somos ahora los de entonces-, pero, caramba, qué dominio del escenario, qué fraseo, qué dicción exacta, y menudos arreglos; le acompañaba una orquesta de 50 músicos. Sinatra murió poco después, el 14 de mayo de 1998, en Los Ángeles. El domingo hará 25 años.
Con motivo del aniversario, la editorial Libros del Kultrum publica por primera en castellano un texto breve pero mítico, La Voz. Por qué importa Sinatra, de Pete Hamill. Aunque fueron amigos, colegas de correrías, el autor no traza una hagiografía exculpatoria -el cantante podía resultar cruel, grosero, violento y detestable, y tenía vínculos cuestionables con la Mafia- y se fija además, en cuestiones que a menudo suelen pasarse por alto; esto es, las circunstancias que moldearon su temperamento desde la infancia: sobre todo el desprecio con que se trataba a la comunidad ítaloamericana, pero también la ley seca, la Gran Depresión, la guerra.
Sinatra se convirtió en trovador de las soledades urbanas. Ahora mismo, no recuerdo bien quién dijo que casi todo talento es un talento desclasado.
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