Limón&Vinagre

El perfil animal ultra de un antiguo mito erótico

La actriz Brigitte Bardot, en París, en septiembre de 2007.

La actriz Brigitte Bardot, en París, en septiembre de 2007. / ERIC FEFERBERG / AFP

Josep María Fonalleras

De vez en cuando, Brigitte Bardot sale de la cueva y proyecta tinieblas sobre el mundo. La cueva es un decir, porque se trata de una mansión en Saint-Tropez, de nombre marítimo (La Madrague, La Almadraba), con vistas sobre el Mediterráneo, rodeada de vegetación y serenidad y con nueve perros y seis gatos, según el último censo conocido, que campan por donde quieren, incluso en la cama que la actriz comparte con Bernard d’Ormale, distinguido miembro de la ultraderecha francesa. También hay una residencia-granja, también en la Costa Azul (La Garrigue), que la señora Bardot, con 88 años, visita cada día para comprobar el estado de salud de un poni, un asno, siete cerditos, ocho cabras, ocho ovejas, dos chivos, una tortuga y una cantidad indefinida y variable de gansos, patos, gallinas, gatos y perros, según el último censo conocido.

Desde estas cuevas Brigitte Bardot clama en favor de los animales y del racismo y en contra de los homosexuales, los emigrantes, los musulmanes y unos cuantos más (pobres, en general, que huelen mal), de tal modo que ya acumula media docena de condenas judiciales por incitación al odio. Lo hace sin ordenador ni teléfono móvil, a través de declaraciones o de cartas abiertas que escribe a mano, según su amigo, el periodista Henry-Jean Servat, «con su magnífica caligrafía redonda, con tinta de color azul celeste». Hace más de 30 años que no pisa la villa de Saint-Tropez donde se convirtió en uno de los más remarcables mitos eróticos del siglo XX (Et Dieu... créa la femme, 1956). Aquella actriz salvaje, que Simone de Beauvoir definió como una mujer que «come cuando tiene hambre, folla cuando le apetece y hace lo que le viene en gana: por eso es tan turbadora», ahora es una «dama retirada del mundo», según Servat, «enclaustrada en sí misma, que vive entre el cielo, el sol y el mar».

Biopic y biografía

Vuelve a ser portada por unas cuantas noticias. La primera es que, esta semana, la cadena France 2 acaba de estrenar Bardot, un biopic sobre su carrera cinematográfica, que abandonó a los 40 años. La segunda es la publicación de Et Bardot créa la femme, una biografía de Catherine Rihoit donde se repasa la vida amorosa de BB («Eva despeinada, la hippy lujosa»), con Vadim, Trintignant, Gilbert Bécaud, Günter Sachs, Serge Gainsbourg o, entre otros, Warren Beatty, y también sus intentos de suicidio. La tercera noticia es la que publicó hace unas semanas France Dimanche. Decía que Bardot había sido ingresada en un hospital de Toulon con una grave insuficiencia respiratoria y con notables problemas cognitivos que afectaban al habla y la escritura. Parece ser cierto, pero resulta que la propia BB dejó el centro por iniciativa propia y desmintió con rotundidad que su estado fuera preocupante. Lo hizo con un texto publicado en Twitter (algún amigo lo colgaría), con letra redondeada y tinta de color azul celeste. Era del 3 de mayo y decía: «No he perdido ninguna de mis facultades, como demuestra la carta que envié a Macron hace tres días».

Diatriba contra Macron

En plena tormenta social, la diatriba de Bardot contra Macron era demoledora: «Ser maléfico, pedante, sin empatía ni autoridad, títere despreciable, fregona que limpia la sangre y la muerte con la que mancha una Francia sin luces». Pero no hacía referencia a las pensiones y la crisis social, sino a los caballos. Resulta que Francia exporta cientos de caballos a Japón para que allí elaboren un tipo de sushi muy selecto. El viaje en avión y el engorde forzado se ve que son prácticas terribles y por eso saltó Bardot. Como lo había hecho antes con las focas y los ciervos, con los toros y abrigos de piel, con los zoos o la cacería del zorro.

«La primera parte de mi vida fue como un borrador de mi existencia -ha dicho- ; en la segunda encontré las respuestas a las preguntas que me planteaba». 

En la primera parte, fue la BB que iluminó sueños húmedos de medio mundo (como dice aquella samba que se baila en las fiestas mayores: «Brigitte Bardot Bardot, Brigitte beijou beijou...»); en la segunda, renunció a la moda, se vistió de negro de pies a cabeza y descubrió su verdadero perfil animal. «Entregué mi belleza y la juventud a los hombres; ahora entrego la sabiduría y la experiencia a los animales». Eso sí, se pronuncia a favor de gobiernos autoritarios, tacha los aborígenes de «degenerados» y manifiesta que la covid llegó «como una especie de necesaria autorregulación de la superpoblación». Y vota a Marine Le Pen, por supuesto.

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