Tiempo y vida

Un viejo mito en el arte levantino de La Risca

Mujeres de la Risca y motivo soliforme (dentro del círculo)

Mujeres de la Risca y motivo soliforme (dentro del círculo)

Miguel Ángel Mateo Saura

Hace unas semanas llamábamos la atención sobre las extraordinarias figuras femeninas del abrigo primero de La Risca, en Moratalla, cuya calidad estética las sitúa, sin duda alguna, entre las mejores representaciones de mujer de todo el arte rupestre levantino. Hoy, cuando aún las tenemos frescas en nuestra retina, vamos a conocerlas desde otra vertiente muy distinta a la meramente artística.

Hasta el año 2015, el contenido pictórico que conocíamos en el conjunto estaba formado por seis motivos pintados en color rojo, cinco de ellos propios del estilo levantino, y uno del esquemático, sobresaliendo de entre todos ellos, las dos damas levantinas. Pero ese año, en una de las visitas que hicimos al yacimiento en el marco del curso de verano de la Universidad de Murcia que por entonces dirigíamos en la sede de Moratalla, uno de los ponentes, Juan Antonio Gómez-Barrera, reparó en la existencia de un séptimo motivo en el panel, inadvertido durante 37 años para todos los que nos habíamos ocupado en algún momento de estas pinturas desde que fueran descubiertas en 1978. Gómez-Barrera advirtió la presencia, en la proximidad inmediata de las dos figuras de mujer, de lo que parecía ser un elemento muy próximo en la forma a los que conocemos bien dentro del arte esquemático como ‘soliformes’ pero que, en cambio, resultan absolutamente desconocidos en el estilo levantino. 

En este caso el motivo astral está formado por un punto central del que parten hasta siete trazos radiales de corto recorrido. Y lo más llamativo es que no se trata de una figura pintada, ni siquiera es antrópica, sino que es una caprichosa forma natural de la roca.

A lo largo de los años, las interpretaciones que se han hecho de estas representaciones femeninas han sido de lo más variado, desde la imagen de una madre y su hija, por la diferencia en el tamaño entre ambas, al reflejo de una danza, dado el ornato que muestran con los lazos colgando de los brazos, aunque sin especificar qué tipo de danza. La lectura de este nuevo elemento cambia por completo la visión que teníamos de la escena y su posible significado. Es más, es su presencia a la altura de la cabeza de ambas mujeres la que explica realmente la ubicación de estas dentro de la propia hornacina, pero también, y sobre todo, la que justifica su orientación, sus ademanes y sus gestos. La posición del cuerpo y la alineación de los pies revelan que, inequívocamente, las dos mujeres están intencionadamente orientadas hacia este soliforme, lo cual queda reforzado por la disposición de sus brazos, flexionados, elevados y dirigidos en esa misma dirección, así como por la inclinación general del cuerpo de ambas representaciones hacia él.

Así las cosas, la íntima relación compositiva que mantienen los tres motivos hace que la escena adquiera un marcado sentido figurado, que la lleva a superar el ámbito de lo meramente cotidiano en el que podrían tener cabida lecturas como las antes señaladas. 

Pero, ¿qué pudieron representar? Decía Ovidio en su Metamorfosis que el sol es el ojo del mundo, y como tal lo podemos encontrar en numerosas mitologías. También en nuestra tradición cristiana puesto que, como nos recuerda el profeta Zacarías, el Señor vigila a los pueblos de la Tierra con siete ojos. El sol representa la vida y, su ausencia, la muerte, y ello lo caracteriza bajo el signo de la inmortalidad asumiendo también, y este es un detalle importante, un destacado poder fecundador. Asimismo, suele ser, junto con la luna, una de las manifestaciones de esa figura alegórica que, con orígenes en el Paleolítico, reconocemos como Diosa o Madre Tierra, entre otros apelativos, y que ha permanecido en el imaginario colectivo, prácticamente, hasta nuestros días en personajes tan conocidos y lugares tan distantes como son, por ejemplo, Amaterasu en la mitología japonesa, Pachamama en la andina o, más próxima a nosotros, Amalur, en la vasca. Incluso nuestra Virgen cristiana, con sus múltiples advocaciones, vendría a ser la encarnación de esta primigenia figura mítica. 

En determinados contextos creemos que las imágenes femeninas del arte levantino podrían ser consideradas como la personificación de esa antigua diosa paleolítica, en tanto que simbolizan entre los últimos grupos cazadores recolectores los mismos conceptos de fecundidad, de renovación cíclica de la vida y de equilibrio del Universo que reproducía aquella en la sociedad paleolítica. 

Es posible que la unión sagrada de estas damas de La Risca con el sol, como elemento fecundador, fueran el reflejo de un viejo mito que, en el seno de la sociedad autora del arte levantino, explicase la renovación periódica de la naturaleza, y el origen y mantenimiento del propio grupo. 

Que sean dos representaciones de mujer no debe extrañar ya que la diosa dual resume el principio de la unidad, representaría a la madre y la hija, la que dio la vida y la que lleva dentro la vida que está por venir, e incluye los opuestos (vida-muerte, luz-oscuridad...). Con toda la prudencia requerida, y sin querer forzar arriesgadas relaciones etnográficas, esta escena nos recuerda aquella historia mítica que se cuenta en Timor según la cual el Señor Sol, divinidad suprema, baja a la tierra una vez al año para fecundar a su esposa, la Tierra Madre, lo que acontece al inicio de la estación de las lluvias.

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