Ricardo III se dirige a la posteridad

Entre las mentes más refinadas los himnos guerreros y los gritos de Ares, sonidos que traían las divinidades de la discordia, han sido sustituidos por el delicado tañido del laúd en la habitación secreta de una dama

Apolo tocando el laúd, Caravaggio, 1595.

Apolo tocando el laúd, Caravaggio, 1595.

José Antonio Molina Gómez

José Antonio Molina Gómez

Hoy es el invierno de nuestro descontento y brilla el sol de un cálido verano. Si hay una guerra en alguna parte, nadie quiere oír hablar de ello en serio. Por doquier reina la alegría de vivir. Una alegría desaforada, desmedida, que se libera cuando se afloja la cadena cotidiana de la servidumbre y la tiranía del horario laboral. Apenas abandona su puesto el trabajador forzado, cuando una casi opiácea sensación de euforia y felicidad dilata las pupilas del siervo; y por unas horas, a veces días, el esclavo se convierte, por arte de encantamiento, en señor del jardín de las delicias, hasta que la hora señalada devuelve a las cosas su forma de calabaza.

Son días de paz y los días de paz han traído fiesta, música y danza. Bien es verdad que sin la paz también había músicas y danzas, aunque éstas eran bien diferentes. El baile nacía del paso de soldados en legiones interminables, la cuales primero desfilaban y desfilaban como un torrente inagotable. Al matadero iban y ya les esperaba el carnicero en los campos de batalla. Allí conocerían la música en otra dimensión, y bailarían al son del tambor de órdenes que la muerte tiene preparado para todo aquel que se aventura a dejar de sí, como última imagen, la de un féretro envuelto en una bandera

Ahora, decís, reina la paz. Está todo olvidado y las armas aterradoras de siempre, fusiles, bayonetas, carros de combate, los temibles ingenios aéreos que surcan los cielos, han enmascarado su rostro verdadero para adoptar una imagen más seductora y agradable. Las herramientas homicidas de la humanidad se exhiben como trofeos conquistados en un victoria gloriosa. Solo aparecen en los desfiles o en las pantallas y monitores de los dispositivos electrónicos, tataranietos de los espejos mágicos que poseían las hechiceras antaño, y que hoy todos tienen. La guerra, si es que la hubiera y no fuera un espejismo en una pantalla, ocurre de momento en lugares lejanos; así que, el ritmo de las botas marcando el paso, el rugido del motor, la explosión sonora de la bomba, parecen cosas situadas a distancias siderales, como un agujero negro en el espacio. Rendís culto a la paz y en paz triunfan Eros y Pluto. Abundancia y placer. No es lugar para recordar, inoportunamente, a no sé qué niño muerto, o a los llantos afligidos de madres enlutadas, ancianos humillados, viudas y hombres acribillados en la flor de la edad, que para tener ante los ojos tales cosas ya se organizan viajes a museos durante las vacaciones. 

Las nubes que antaño emborronaban nuestro horizonte y enturbiaban la visión de un futuro amable, yacen ahora sepultadas en lo más profundo del océano. Entre las mentes más refinadas los himnos guerreros y los gritos de Ares, sonidos que traían las divinidades de la discordia, han sido sustituidos por el delicado tañido del laúd en la habitación secreta de una dama. Os entregáis, si sois refinados y preferís las alegrías del espíritu, a los acordes suaves, a las canciones melodiosas, a la alegría de la poesía y los estímulos del amor.

Pero no es tiempo de felicidad para todos, porque no todos hemos nacido para el deleite. Hay quienes de lejos parecemos portadores de una leve figura humana; sin embargo, cuando nos contempláis con detenimiento, aunque somos ilustres, revelamos de inmediato nuestra condición de monstruos. Somos almas deformes, inacabadas, expulsadas del seno materno antes de tiempo; bien que sabemos deleitar con dones y bellas palabras, pero también apuñalar mientras miramos tiernamente y prometemos goces interminables. Henos aquí, simiente de nuevas guerras; ya preparamos con insidias el embrión de futuras discordias. Disfrutad, pueblos de la tierra, del glorioso verano, de este sol de York, que ahora brilla sobre el orbe entero expulsando al invierno y a la noche, arrinconando a los vientos benefactores, pastores que acumulaban rebaños de nubes preñadas de agua. Y vosotros, discretos, acudid a la habitación secreta donde reinan las melodías del amor, seguid el sonido del laúd y acariciad la mano que os abre la puerta, porque tiempo vendrá en que comprenderéis todos que aún no tenéis las llaves del reino.

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