Espacio abierto

Decrecimiento o barbarie

En la Región la preocupación por el Mar Menor ha descendido en los temas que preocupan a los murcianos. Los jóvenes están menos concienciados por el cambio climático. Seguimos queriendo mirar hacia otra parte, como nuestros gobernantes

Ilustración de Enrique Carmona

Ilustración de Enrique Carmona

Colectivo de Mujeres por la Igualdad en la Cultura

Solo hay que abrir los ojos y pensar -¿se acuerdan cuando nos decían que la cabeza no solo sirve para llevar el sombrero?-, solo hay que observar la realidad de que todo es limitado, que los recursos del planeta no escapan a esta ley universal, y darnos cuenta de que tenemos problemas urgentes como humanidad que nadie está dispuesto a abordar.

Es cierto que cada día hay más gente que defiende el decrecimiento «Crecimiento significa más rendimiento. Más rendimiento significa más impacto. Más impacto significa menos planeta. El crecimiento eterno precipita la destrucción de todo», afirmaba la pasada semana el presidente de Irlanda, un país que a menudo sabe hacerle frente a los retos que se nos presentan con la urgencia que merecen.

Confirmando lo anterior, Doug Kirwin, geólogo australiano especialista en la explotación de minerales, subrayaba: «No hay forma de que podamos suministrar la cantidad de cobre en los próximos 10 años para impulsar la transición energética y el carbono cero. No va a suceder». 

En efecto, los investigadores Antonio y Alicia Valero, en su libro, Thanatia. Los límites de los minerales del planeta, ya advertían, como Kirwin y otros muchos científicos, sobre la escasez de los materiales indispensables para hacerle frente a la transición ecológica. No tendremos los coches eléctricos que sustituyan a los de combustibles fósiles, ni las placas solares suficientes, ni muchos otros servicios que permitan conservar los niveles de bienestar que hoy disfrutamos. La tierra carece de recursos para un capitalismo verde que se empeña en hacernos creer que solo se trata de cambiar una cosa por otra. No es verdad. 

Empezamos la transición ecológica tímidamente y con improvisación, porque ningún gobierno quiere decir que el rey está desnudo, que la única solución para disminuir los efectos de la catástrofe medioambiental que hemos provocado con nuestra desmesura consumista está en la austeridad. Porque mientras que identifiquemos la felicidad con el consumo y este con la riqueza y la buena vida, ¿qué partido, qué candidato, ahora que se aproximan las elecciones autonómicas y municipales, se atreverá a decir que el crecimiento económico no es bueno, que el turismo no es una buena noticia para el medioambiente, que hace falta reformar de arriba abajo nuestra economía para adaptarse al decrecimiento, sin que sufran los seres humanos, adaptando los empleos? Ninguno.

Necesitamos una auténtica reconversión de nuestro imaginario sobre lo que es una buena vida, hemos de aprender, a nivel particular, a vivir con menos, comer menos carne, consumir productos de temporada y de cercanía, que no recorran largas y costosas distancias para llegar a nuestra mesa y gastar menos recursos. Pero las medidas individuales no son suficientes si no se lleva adelante una reconversión a escala global, por lo que hemos de unirnos para protestar y exigir que las medidas globales que hace tiempo que se conocen, y que los especialistas han puesto a disposición de los gobiernos en sus sucesivos informes, se hagan realidad. 

Sin embargo, en nuestra región, la preocupación por el Mar Menor ha descendido varios puntos en los temas que preocupan a los murcianos, tan olvidadizos siempre. 

Nuestros jóvenes están menos concienciados que otros por el cambio climático y el interés, cuando lo hay, no lleva de la mano la acción. Seguimos queriendo mirar hacia otra parte, como nuestros gobernantes

La película No mires arriba de Adam McKay narraba la anestesia de toda una sociedad, con sus medios de comunicación a la cabeza, frente a la advertencia de dos científicos que anunciaban la inminente llegada de un meteorito que acabaría con toda la civilización. La risa, la banalización y el negacionismo eran la tónica. Lo mismo que nos sucede en la realidad con la crisis climática.

Hace más de cuarenta años que científicos y ecologistas nos advierten de lo que se avecina. Todas sus previsiones se han cumplido hasta ahora, incluso hoy sabemos que la transformación del clima es más rápida de lo que se pensaba, que la sequía y los fenómenos extremos serán y son más frecuentes de lo esperado, que la transición ecológica será menos feliz, más parcial y reducida de lo que podría haber sido de haberles hecho caso hace décadas. Ninguna nave espacial saldrá a nuestro encuentro para llevarnos a otro planeta, pues hasta las que pretenden salir de este, como el Starship, el cohete que la compañía SpaceX quiso lanzar el pasado 20 de abril al espacio, con la que Elon Musk pretendía llevar a la Luna y a Marte a unas cien personas en un futuro próximo, se estrelló. La operación se realizó desde la base de la empresa, cerca de la localidad tejana de Brownsville, en Estados Unidos, y el Super Heavy, supuestamente la nave espacial más potente de la historia, explotó poco después del despegue. Un baño de realidad para los ingenuos creyentes en el optimismo tecnológico, que habría de desplomarse ante las evidencias como el Starship, si sus fieles no lo fuesen también de la imaginación más desbocada.

Solo el decrecimiento puede salvarnos. Repitámoslo. El festival Mucho Más Mayo de Cartagena no es la primera vez que se ocupa de la emergencia climática. La edición de 2023 llena estos días de actos, conferencias, conciertos e instalaciones en la ciudad, y se realiza bajo el lema «Mejor con menos. Prácticas artísticas y ética de la sobriedad». En su programa convoca a especialistas que nos ilustrarán sobre la forma de llevar a cabo la transición. Tenemos muchas respuestas, falta la voluntad política para llevarlas a cabo.

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