La Feliz Gobernación
Los políticos no usan el bus
Si mañana, por arte de magia, se resolviera el conflicto que mantienen la empresa y los trabajadores de ‘los coloraos’, el transporte urbano en el municipio de Murcia seguiría siendo un desastre. No es un desastre circunstancial porque haya una huelga; es un desastre estructural.
La sanidad, la educación y los servicios sociales son los puntales básicos del Estado de Bienestar, cosa que proclaman los políticos, sobre todo de la izquierda, como un recitado en cada ocasión en que han de justificar el sistema impositivo. Pero siempre se les olvida un cuarto pilar: el transporte público. Sin buenas redes de transporte público no hay bienestar social posible. Los usuarios esenciales son las personas mayores, los estudiantes, quienes sufren alguna deficiencia física o aquellos que para sus tareas cotidianas quieren liberarse de las ataduras y gastos del automóvil. Pero esto no es suficiente.
Si se presume a todas horas de que la ciudad ha de regenerarse medioambientalmente, lo práctico no es prohibir la circulación del coche privado, sino incentivar el uso de los servicios públicos de movilidad, y para que esto ocurra han de ser rápidos y eficientes, coordinados y ajustados a la demanda, además de ofrecer información clara al alcance de todas las personas. La disuación pasa por el incentivo de la alternativa.
El transporte público en la capital murciana está muy lejos de la mínima excelencia. Cualquier obligado usuario lo sabe, aunque la rutina haya normalizado las carencias y las protestas no desborden los corrillos de las paradas. No es una novedad: el problema se arrastra desde la larga etapa del PP, pero los socialistas ni lo han abordado, y ahora reaccionan a las bravas cuando el fragilísimo sistema explosiona. Balones fuera: la empresa es la única responsable.
La ciudad será verde o no será, dice el actual alcalde, pero lo que está más verde es su gestión en un sector esencial, definitorio de la calidad del conjunto de los servicios públicos municipales. La triste situación es todavía más hiriente cuando la retórica sobre sostenibilidad se produce con el telón de fondo de un sistema de transporte que por fuerza ha de colapsar.
Coloraos, amarillos, verdes, blancos, tranvía, líneas duplicadas en determinadas zonas y otras zonas a las que no alcanza ninguna línea, falta de información en las webs y en las paradas, retrasos, fines de semana sin cadencias reconocibles... Presión a los conductores, que bastante trabajo tienen, y orientación boca a oreja por parte de los usuarios más experimentados. Una organización de pesadilla que invita al uso del coche o del taxi, cuando lo hay. Y es que los políticos nunca toman el bus.
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