En un mensaje esta mañana en Twitter, Irene Vallejo, escritora, autora de El infinito en un junco felicitaba a la comunidad, es decir, a todos nosotros, por habernos otorgado a través de nuestras decisiones políticas, las que se votan en las urnas, la sanidad pública, puesto que así ella había podido parir, descansar y escribir uno de los ensayos más interesantes sobre la escritura, la comunicación, la transmisión y el almacenamiento de conocimiento que se han escrito en lengua castellana en los últimos años, Premio Nacional de Ensayo 2020 y traducido a más de 24 lenguas. Las respuestas que me destacaba el algoritmo, quizás porque lo tengo algo cenizo y estropeado, eran aquellas que le reprochaban que no todo era color de rosa en dicha sanidad pública, a lo que Irene contestaba certeramente que si hay más inversión hay mejor sanidad, y otros que le decían que daba igual sanidad pública o privada, a lo que Irene señalaba que la sanidad exclusivamente privada estaba ligada a menor esperanza de vida. Es cierto, de todas las potencias económicas mundiales, EE.UU está a la cola de esa esperanza. La guinda de ese pastel de comentarios negativos era el reproche de que mezclaba maternidad con sanidad pública y con campaña por algún partido político. No dejaba de tener razón el reproche, el bienestar de todos se ha convertido, lamentablemente, en disputa política y no en consenso ciudadano que se defiende con uñas y dientes. Irene dudaba de que sin esa sanidad pudiera haber escrito un libro tan interesante y creo que todos hemos ganado con eso que pagamos con nuestros impuestos y que a algunos les parece que no debe ser para todos.
Habría que preguntarse, entonces, cuantas irenes e irenos en España ha salvado esa sanidad de tener que posponer sus vocaciones y su felicidad por la urgencia de tener que pagar un tratamiento médico a precio de un mercado nada libre y mucho menos perfecto. A mí me ha evitado quedarme dos veces huérfano de padre, así que estoy de acuerdo con Irene en dar las gracias
En la radio hay un spot que dice que merece la pena esperar a que se libere una pista de pádel para jugar con amigos pero que estás para la lista de espera a que te atienda un médico y te prometen el aquí y el ahora del paraíso médico por una módica cuota que no te dice exactamente qué cubre.
Ese spot resultaría ridículo si tuviéramos una sanidad pública financiada correctamente, con personal suficiente, pero nuestras decisiones políticas han abierto ese melón que un mercado, aunque la posibilidad de optar o no por un seguro médico es lo que llaman en algunos sitios libertad.
Es esa misma libertad que, a quien promete, da un folio en blanco, porque es una promesa inconcreta y, por lo tanto, inexigible. Se eleva vestida de goyesca, volaverunt, impulsada por las polémicas absurdas, armando un cisco innecesario, alimentando una hoguera cuya llama nos fascina y horroriza, que evita que hablemos de lo que realmente importa, lo que como comunidad debemos felicitarnos y conservar. Discutimos la felicidad ajena porque pensamos que ataca nuestras ideas. Una pelea de garrotes. Un esperpento.