Dulce jueves

Mi columna

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Así se llamaba el artículo que diariamente Alfonso Sánchez escribió en los periódicos durante décadas en el franquismo y la transición. Aunque su popularidad en la época se debía a sus apariciones en televisión como crítico de cine, fue también un gran columnista, admirado e imitado por muchos de los que vinieron después. Yo apenas tenía de él una imagen en blanco y negro en el televisor de casa, pero por alguna razón quedó grabada en la memoria de la infancia. Pero, recientemente, tuve la suerte de dirigir la tesis que María Ángeles Villa ha dedicado a su obra periodística, lo que me permitió descubrir sus columnas y leerlas con la sensación de que conservan la viveza y frescura con la que fueron escritas. En ellas podemos encontrar trocitos de la vida de la España de entonces, vista por un testigo de mirada inteligente y contada con un estilo único.

Ahora el ayuntamiento de Lorquí ha nombrado Hijo Adoptivo a Alfonso Sánchez, a quien considera uno de los suyos pues allí están sus raíces. Con esta y otras iniciativas, la Región de Murcia acoge y hace suya a una figura imprescindible del periodismo español, cuya obra no debe caer en el olvido. El rescate de sus columnas gracias a la investigación de María Ángeles Villa servirá para recuperar sus palabras. Y para los ilorcitanos será un gustazo sentarse al lado de la escultura con la que Pepe Yagües ha imaginado a Alfonso Sánchez tal como era, un vecino más, como cualquiera, pero diferente, un solitario que por encima de todo amaba escuchar a la gente, un paseante incansable de curiosidad infinita, un gourmet de la vida, ahora eternizado con su máquina de escribir en la Plaza de la Libertad. No podía haberse elegido un lugar más idóneo, pues es precisamente la libertad lo que se respira en sus columnas. Da igual que escribiera en los tiempos de la censura que en los tiempos de cambios democráticos, su forma de mirar el mundo fue siempre la misma: un irónico escepticismo con los poderosos, un cálido respeto por la gente sencilla.

Muchas de sus columnas parecen escritas hoy mismo. Aprovechaba cualquier pretexto para poner de relieve los males de España, que apenas han variado: la corrupción política, la subida de precios, la falta de proyecto colectivo… Pero es su posicionamiento del lado de la gente corriente y humilde lo que hace que su visión sea la de un outsider. Se codeaba con las elites, pero no formaba parte de ellas; era un espectador, un testigo, un amable intruso. Podía admirar por sus méritos a los personajes cuyos nombres escribía en negrita, los protagonistas de la vida política y social, pero sus simpatías siempre estaban del lado de los humildes, los honestos, los anónimos. Fue un liberal antes y después de la democracia, a la que vio nacer sin hacerse demasiadas ilusiones. Cuando llegó él ya estaba de vuelta. A lo que siempre estuvo dispuesto es a salir al encuentro de la vida allí donde hubiera gente interesante y contarla.

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