Las trébedes

Atención sanitaria humana

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard

Carmen Ballesta

Carmen Ballesta

Pasar unos días ingresado en un hospital no suele ser una experiencia muy grata, ni para el paciente ni para sus acompañantes, ni siquiera cuando todo se resuelve a favor. Precisamente por eso muy pronto se vio imprescindible ofrecer el servicio de televisión (en los últimos años las Comunidades autónomas han ido sumándose a su gratuidad en los hospitales públicos). No era de recibo que un enfermo no tuviera una tele para entretenerse (y eso que en algunos casos supone una tortura para el otro de los pacientes de la habitación: volumen, programas…). Luego, se generalizó la wifi, algo muy apreciado, supongo, por los pacientes y acompañantes más jóvenes. Y, desde el principio, el sacerdote. La duración de las horas dentro de un hospital es elástica y cualquier alivio se agradece, desde luego.

Debemos felicitarnos, porque es un hecho que cada vez se alzan más voces y se implementan más iniciativas para mejorar la atención de los enfermos hospitalizados. Muchas de ellas se orientan a tratar a la persona, no meramente la enfermedad. Los avances científicos y tecnológicos han contribuido a la especialización y la excelencia, pero quizá también a la deshumanización de los médicos. En este sentido, es de aplaudir la iniciativa del cirujano Manuel Pera de implantar en la Universidad Pompeu Fabra una asignatura llamada «Humanismo en Medicina», bajo la premisa de que para atender mejor a un paciente el médico necesita también herramientas humanas, cultivarse con las artes («leer a Tolstoi», por ejemplo).

Es una muy buena noticia, sin duda, aunque acuden a la mente más cosas que mejorar. Aparte de animar a los estudiantes de medicina a aficionarse a la literatura, seguro que en su praxis también influiría que no vivan temiendo ser insultados o denunciados (es decir, disponer de protocolos bien elaborados que minimicen el riesgo de mala praxis o error y que otorguen al personal sanitario capacidad para adaptarlos cuando sea necesario en función de las características del paciente o su situación individual). Y también evitar las jornadas extenuantes que, en el caso de madres (el 57% de los médicos en España son mujeres), suelen prolongarse al llegar a casa: lavadoras, almuerzos, ropa del día siguiente, etcétera.

¿Cómo se mide la excelencia de los hospitales? ¿Se tiene en cuenta la atención al paciente? ¿Cómo se mide la satisfacción de este? No lo sé con certeza (otro día hablaremos de los indicadores), pero sí sé que solo recientemente ha empezado a hablarse de aspectos no estrictamente médicos que, en general, no se venían teniendo en cuenta institucionalmente, a pesar de que se acumulan evidencias sobre su favorable impacto terapéutico. Parece que deben incluirse en esa evaluación de la excelencia elementos humanitarios como la calidad de la comida de los pacientes o la presentación atractiva de la misma, dado que la malnutrición tiene elevados costes sanitarios y algunos estudios la sitúan por encima del 30% de los hospitalizados. 

O la intervención de fisioterapeutas para minimizar con ejercicios los riesgos de estar encamado. Por otra parte, con la tecnificación del hospital, se ha perdido (o renunciado a) la posibilidad de que los enfermos disfruten de espacios al aire libre. No hablemos de las vistas o los ruidos (incluidos los del propio personal sanitario), bibliotecas, fonotecas… Hay algunos intentos de paliar estos defectos con desigual fortuna, y a menudo se descarta la adopción de medidas alegando su coste económico. Esto último es algo a discutir, pues en la ecuación convendría ponderar no solo los costes de implantar las medidas, sino también lo que se ahorraría mediante la reducción de días de hospitalización o de la probabilidad de reingreso, o la reducción de infecciones, por ejemplo.

No obstante, se puede mejorar notablemente la atención al paciente hospitalizado con muy poco o ningún gasto, y solo con un poquito de voluntad. Quizá aquí es donde más puede notarse el liderazgo de los jefes, tanto médicos como enfermeras; como dice el doctor Pera, en esto es muy importante el ejemplo. Si el paciente ve poco, estaría muy bien que quien le habla le diga por lo menos su nombre o que va a tocarlo. 

Como también decirle lo que van a hacerle antes de agarrarlo para trasladarlo a la camilla o colocarle una vía, por ejemplo. Si el paciente oye mal, estaría muy bien buscar el contacto visual previo antes de tocar su cuerpo. Muchos ancianos necesitan unos segundos para reaccionar y ponerse en situación, estaría bien darles un tiempo cuando se llega a su lado. Aunque en general son cosas de educación elemental y de respeto a la dignidad humana, y que saldrían con naturalidad hacia cualquier paciente siempre que: a) no sea visto como una cosa, como un objeto (cuerpo) sobre el que se tiene derecho a actuar; o b) se sufra una sobrecarga de trabajo que no deja fuerzas ni para sonreír.

Demos la bienvenida y llegue nuestro aplauso a cuantas iniciativas y a cuantos profesionales sanitarios se ocupan más bien de personas que de cuerpos y comprenden que el trato respetuoso y empático forma parte de la terapia y hacen el mundo más humano en el buen sentido de la palabra.

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