Luces de la ciudad

Una vida en orden

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

El sol sale y se oculta cada día, la primavera sigue al invierno, nacemos, vivimos y morimos…, es el orden natural de las cosas y poco o nada podemos influir en él.

El orden en general y el orden de las cosas en particular nunca ha sido una obsesión para mí. Sin embargo, hace unos días, observando con detenimiento los jarrones de cerámica, los platos con decoraciones exóticas y las botellas de formas extrañas que decoran los estantes de una estantería con la que llevo conviviendo desde hace muchos años, encontré cierto paralelismo entre estos objetos y la línea de tiempo de mi vida. Como si estas piezas, siempre las mismas, salvo alguna baja involuntaria o alguna nueva incorporación, y colocadas exactamente en la misma posición a pesar del paso del tiempo, representaran cada uno de esos instantes esenciales vividos a lo largo de mi existencia. Todo en perfecto orden, un orden establecido y especialmente diseñado para nosotros por algo o alguien que pretende que cada elemento permanezca inamovible en su lugar, tal y como ocurre con estos objetos ornamentales que nadie ha osado mover de su emplazamiento original.

Ya desde niños aprendemos que, para andar, antes hay que gatear o que el balbuceo es previo al habla (orden natural de las cosas), pero muchos son los sucesos que han sido y son proyectados por el propio ser humano. Para leer y escribir primero nos enseñan el alfabeto (con el que más adelante también aprenderemos a organizar en orden alfabético) y el orden de las frases: sujeto, verbo y predicado. Estudiamos las sumas antes que las multiplicaciones. Nos cuentan la historia en orden cronológico. Ordenamos jerárquicamente lo que nos rodea: de mayor a menor, de mejor a peor, de más listo a más tonto… Ordenamos la forma de relacionarnos con los demás. Nos reunimos con un orden del día. Incluso establecemos el orden en el que debemos ingerir los alimentos: la fruta, como el melón, siempre al final, de postre, ahora, si lo acompañamos de jamón, entonces es un entrante. Así somos.

Aunque parezca que todo está escrito, no solo del orden establecido vive el hombre. La vida, a veces, nos ofrece la oportunidad de decidir en qué orden deben sucederse y/o colocarse algunos de los acontecimientos que trascurren a lo largo de ella. Solo bastaría mover un jarrón de su sitio, para que nuestra línea de tiempo cambiara estructuralmente. La RAE define el orden como la colocación de las cosas en el lugar que les corresponde. ¿Deberíamos, por tanto, decidir nosotros cuál es ese lugar en concreto para que todo orbitara en torno a nuestro orden personal? Pues no sé, cada cual tendrá sus preferencias, digo yo.

Sin duda, los hay que necesitan tener una vida completamente ordenada que les permita organizar eficientemente todas sus tareas, tanto físicas como mentales, «con orden y tiempo se encuentra el secreto de hacerlo todo, y de hacerlo bien», decía Pitágoras. Por el contrario, hay quienes encuentran su propio equilibrio en ese estado de confusión o alteración de las cosas que supone para muchos el desorden.

En cualquier caso, no resulta fácil ordenar una vida, saber qué tipo de decoración es la mejor para tu estantería o que cosas has de anteponer a otras y con qué consecuencias. Finalmente, todo se fundamenta en la búsqueda de una vida en orden, pero lo importante es que ese orden sea un orden lógico basado exclusivamente en los criterios de la razón.

Suscríbete para seguir leyendo