Parece una tontería

La vida a la calor

Juan Tallón

Juan Tallón

La secuela inmediata del calor extremo, además del ahogo, los sudores, la sequía, y otros efectos evidentes, es el aplazamiento. Con el calor, te plantas. Lo que ibas a hacer, tienes que reconsiderarlo, dado el bochorno. Viene un día de temperatura infame, en forma de contrataque a lo que se considera normal para estas fechas, un día de esos que incluso reinventa la forma de caminar por la calle, o de permanecer en un espacio cerrado, o de vestirse, y de golpe muchas de las ideas que se le pasan a uno por la cabeza arrancan con un improvisado y sensato «no», o por lo menos un «más tarde», un «luego», un «ya veremos». La temperatura legitima casi cualquier cambio de opinión.

En realidad, la existencia funciona en términos diferentes con mucho calor que con mucho frío o tormenta, incluso opuestos. Aunque puedan desembocar, al final, en el mismo punto. Es una suerte cuando ambos extremos solo nos invitan a aplazarlo todo y a no hacer nada. Podría ser mucho peor. Pensemos en El extranjero, de Albert Camus. Hay un momento de la novela en el que llegas a creer que el sol es el protagonista. «El sol caía a plomo sobre la arena». «El sol era aplastante». «Durante todo ese tiempo no hubo más que el sol». «El sol jadeaba». «El sol ardía en mis mejillas». Y así todo el rato, hasta que hay un muerto bajo el sol. Puedes pensar que el protagonista mata al hombre, en cierto sentido, porque lo molesta el sol.

Pensemos ahora en A esmorga, de Eduardo Blanco Amor, donde tres amigos se juntan por la mañana y durante las siguientes veinticuatro horas beben sin parar, hasta que se matan entre sí. Hace mucho frío y llueve durante toda la novela. Llueve sin parar. «Al paso al que íbamos subiendo, el agua venía más fiera y dura en las ráfagas del noroeste». «Cuando despertamos, a eso de una hora después, seguía lloviendo con fuerza». «La lluvia seguía a darla Dios». Uno de los protagonistas culpa de la tragedia que corona el final de la historia al tiempo: «Tengo que decir que la lluvia tuvo la mitad de la culpa, aunque no se crea, que usté no puede saber lo que aquí nos hace la lluvia».

Posponer los planes porque hace mucho calor es una especie de suerte. Tan importantes no serán. La moratoria representa una constante de los días calurosos. Vamos a hacer algo, o a vernos con alguien, o acudir a algún lugar, y lo dejamos para otro momento, incluso para el invierno. Nos apetecen de repente tan poco las cosas que íbamos a hacer con veinte grados, que con cuarenta no las aplazamos para el día siguiente o la semana próxima, sino que ya veremos para cuándo. Estamos dispuestos a creer, con total devoción por el optimismo, que cuando dejamos pasar una ocasión después viene otra, igual o más interesante.

El calor te quita de en medio. Hunde tu voluntad en la nada. Tú quieres, pero hace un calor tan sofocante, tan feo, que simplemente no puedes. ¿Va a ser culpa tuya? Cuando hacer algo se vuelve imposible, y asfixiante, hay que conformarse con haber querido hacerlo, que ya es bastante.

Suscríbete para seguir leyendo