El prisma

En Murcia hace calor

Calor y sequía

Pablo Molina

Pablo Molina

Entonces, hemos descubierto hace unos días que en el sur de España la temperatura media es más elevada que en Noruega y cada pocos años se producen episodios de sequía. Que no se diga que no avanzamos en la labor de desentrañar los arcanos de la Naturaleza.

Pero sí, en esta parte de la Península Ibérica, efectivamente, suelen producirse olas de calor intenso y la falta de lluvia se puede prolongar incluso durante años, dos circunstancias que, sin embargo, son las propias de nuestra situación geográfica desde la última glaciación. La «pertinaz sequía», como se denominaba al fenómeno durante La Oprobiosa, ha azotado a los países meridionales durante siglos y, en lo que respecta a España, especialmente a la zona levantina, donde el régimen de lluvias es muy inferior al de las zonas que reciben las borrascas procedentes del Océano Atlántico durante, prácticamente, todo el año.

Pero la constatación de que el Sureste español sufre la falta de agua no es un hecho que se archive asépticamente en el terreno de los grandes descubrimientos humanos. Tiene consecuencias. Absurdas, desde luego, porque las conclusiones a las que ha llegado la clase política tras descubrir que la sequía existe, contradicen diametralmente la manera en que el ser humano ha afrontado este fenómeno desde que los romanos comenzaron a civilizar esta parte del planeta Tierra.

Los antiguos, en efecto, se dieron cuenta de que la mejor receta para evitar las graves consecuencias de las sequías recurrentes, que en muchos casos suponían la muerte del ganado y la desaparición de los poblados, era embalsar el agua para utilizarla cuando resultara necesario. Veinte siglos después, hemos decidido que lo mejor para luchar contra la sequía y la desertización es demoler todas las presas, embalses y azudes para que el agua se pierda sin aprovechamiento humano. El Gobierno, además, presume de ello. Legítimamente, por supuesto, porque toda esta labor destructora se hace con el impulso del Gobierno y el aval del Boletín Oficial del Estado. Hay un bien superior, al parecer, que consiste en no perturbar el ecosistema de los animalillos que viven en los ramblizos, gravemente cuestionado cuando se represa el agua cauce arriba. Para eso está Pedro Sánchez, para devolver la Naturaleza a su estado original, aunque ello suponga retroceder varios siglos en el proceso civilizatorio que comenzó en el Paleolítico, cuando las poblaciones dejaron de ser nómadas y comenzaron a asentarse en aldeas cercanas a los cauces de agua para poder cultivar y criar ganado.

Asombra esta imagen de impotencia fomentada por el Estado ante un fenómeno como el de la sequía, de fácil solución en un país como España, en el que hay agua dulce más que sobrada para atender varias veces a todos los territorios de la Nación. Aquí, la solución es que no hay solución. Es decir, puesto que no llueve, eso indica que la Naturaleza no quiere dotar a esta zona de España de recursos hídricos, con lo que solo queda resignarnos. De hecho, si se mantiene el Trasvase Tajo-Segura o incluso se hiciera una obra todavía más ambiciosa como el trasvase desde el Ebro estaríamos cuestionando el mandato natural, una especie de superstición que la izquierda abraza con un entusiasmo y falta de racionalidad solo equiparable a los terraplanistas y los ufólogos.

Siempre ha habido olas de calor y siempre las habrá. También olas de frío polar, claro, pero esas no cuentan, porque el discurso oficial es que la Tierra se está calentando por culpa del puto sistema capitalista, que todo lo arrasa. ¿Arderemos este mes de agosto? Eso es lo que todos nos deberíamos preguntar.

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