El prisma

¿Arameo o román paladino?

Calor y sequía

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

Cualquiera diría que desde hace al menos veinte años la información medioambiental de calado viene siendo escrita en arameo. Porque algunos, o muchos, parecen no haberse enterado aún de nada. O casi nada. Viene esto a cuento de la presente ola de calor de récord que azota España mientras simultáneamente la franquista «pertinaz sequía» se ha adaptado a los tiempos modernos de la democracia, bate marcas y agosta campos y cosechas en el mes de abril.

Nadie puede decir que no estuviera advertido, aunque decir esto ahora realmente no sirva para nada: la cosa está tan mal como parece. Esto confirma que, efectivamente, el arameo, idioma que no entiende nadie, debe haber sido usado en toda la divulgación que se ha hecho sobre el calentamiento global del planeta y el deterioro de las condiciones ambientales, cosa esta segunda que se viene viendo y advirtiendo desde bastante antes de que la primera alcanzara la popularidad actual.

Hay muchos ejemplos de que, si es que se han entendido las múltiples señales de alarma, está claro que se han hecho oído sordos y ojos ciegos. Y sabemos de sobra quiénes son los peores sordos y ciegos. Si no fuera así, no dispondríamos de casos paradigmáticos de sordera y ceguera contumaces y recalcitrantes ante los cambios climáticos a pequeña, mediana y gran escala que se producen.

El último y cercano gran caso es el pretendido uso del agua del entorno norte de Doñana para algo que choca frontalmente con la legalidad europea vigente y con el sentido común... a cambio de un puñado de votos en cinco pueblos con los que el PP de Moreno Bonilla pretende poner en aprietos al PSOE andaluz para controlar la Diputación de Huelva. En tanto el Gobierno de Sevilla intenta salir del embrollo enfangándose más en él, el Parque agoniza. Como el secano murciano, donde se han perdido 50.000 cabezas de ganado y 70.000 hectáreas por la sequía.

Ejemplos paralelos son las situaciones actuales en Las Tablas de Daimiel, los ibones y glaciares de Pirineos, la Albufera valenciana.... Y otros humedales entre los que no hay otra que destacar el riesgo extremo en que sigue el Mar Menor. Sobre él se dicen cosas que hacen reír por no llorar. Como la opinión del consejero de Medio Ambiente de que en la laguna salada «la calidad del agua para baño es excelente»; razón: Los Urrutias, Los Nietos...

Tampoco debería merecer ni siquiera mención, si no fuera por lo estrafalario del asunto, la reclamación de 14 millones de euros por una responsable empresa agrícola alegando que la Ley de Protección del Mar Menor de 2020 la ha perjudicado, pues la norma «le produce un daño que no tiene la obligación de soportar». Curiosa interpretación de la legalidad. Menos mal que el Consejo Jurídico regional tiró para atrás la demanda.

Así que, mal que le pese al Consejo, y siguiendo a los exégetas de la modernidad hídrico-ambiental, hay que mantener el Trasvase Tajo-Segura y los regadíos sin control tal cual. Les va el bolsillo en ello. Si de paso se puede enladrillar algún «roalico» más, mejor que mejor.

Claro que como todo el mundo sabe, porque esto no está difundido en arameo sino en román paladino, el calor que azota prematuramente, la sequía sin precedentes que deshidrata y la ausencia bíblica de lluvia no tienen nada que ver con eso que llaman cambio climático: inventos de esos ecologistas que viven en árboles, llevan rastas y comen raíces, conchabados en contubernio judeomasónico con científicos barbudos que, con gafas o sin ellas, habría que saber dónde estudiaron.

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