Cartagena D.F.

¿Qué les pasa a los murcianos?

Miles de personas celebraron en las calles de Cartagena la llegada del Año Nuevo.

Miles de personas celebraron en las calles de Cartagena la llegada del Año Nuevo. / Iván Urquízar

Andrés Torres

Andrés Torres

Quien no llora no mama y, en Murcia, han empezado a llorar. Siempre he pensado que la rivalidad insana entre Murcia y Cartagena se nutría, sobre todo, por parte de los cartageneros y de su supuesto complejo de inferioridad, alimentado, sin duda, por decisiones centralistas y traslados inoportunos y más que inadecuados con la capital de la Región como destino y principal beneficiaria de las medidas que se adoptan. Sobran ejemplos de resoluciones, iniciativas y elecciones que han propiciado un mayor desarrollo de la ciudad que comparte el nombre con la Comunidad uniprovincial que la alberga, frente a otros municipios de la Región, como el nuestro, que la mayoría de veces o ha salido perdiendo el pulso o se ha tenido que conformar con las migajas. Migajas que, lejos de servir para calmar los ánimos caldeados de un buen número de cartageneros, solo inyectan más inconformismo, más división y hasta, por qué no decirlo, más odio.

Las legítimas reivindicaciones de nuestra comarca y de otros puntos de la Región de un reparto más equitativo de los presupuestos y los recursos para que todos los territorios se desarrollen de forma similar y proporcional a sus posibilidades rara vez pesan sobre las decisiones políticas. Argumentos como ser el municipio con mayor población se despliegan como divinas palabras para justificar que el mayor y mejor trozo del pastel se lo coma siempre el mismo. La mayoría de los habitantes de nuestra Comunidad soportamos estoicamente y con importantes dosis de resignación la prepotencia de las estadísticas del censo y, sobre todo, las decisiones de las mayorías políticas que nos ha dado nuestro sistema.

Por eso impacta (dicho suavemente) escuchar al alcalde de la ciudad de Murcia, José Antonio Serrano, pronunciarse del siguiente modo: «Los murcianos (se refería a los habitantes de la ciudad que preside) estamos acostumbrados a que se nos discrimine». Pronunció esta sentencia a finales del año pasado para mostrar su indignación ante el hecho de que la televisión autonómica La 7 hubiera escogido, por segundo año consecutivo, la plaza del Ayuntamiento de Cartagena para transmitir en directo las campanadas de fin de año.

Su primer error fue generalizar y pensar que ser el representante de sus conciudadanos conlleva ser portavoz de cómo se sienten todos ellos. En realidad, se trata de un error que todos solemos cometer de forma habitual en muchos ámbitos y situaciones. Yo mismo lo he hecho en el titular de este artículo, por lo que les pido disculpas de antemano, ya que, al igual que Serrano, lo hago para darle más fuerza a la frase. El alcalde socialista enmarcó esta crítica en el rifirrafe político entre partidos rivales y esgrimió que la supuesta discriminación se basaba en que los Gobiernos de su ciudad y de la autonomía son de distinto signo. Y lo hizo, pese a tirar de un recurso cada vez más irresistible para los políticos, el populismo. Porque dudo que el regidor ignorara que esta afirmación suponía una tremenda provocación que alimentaba el malestar, la indignación, el enojo y la ira de miles de cartageneros, para quienes resulta anecdótico desde dónde se emita el programa de las uvas de Nochevieja frente a otros agravios mucho más notables.

La queja de Serrano quedó en el olvido de la siempre recurrente hemeroteca, aunque para ver su efecto, tendremos que esperar a diciembre de este año y la decisión del lugar desde el que La 7 dará en directo las campanadas de fin de año 2023. ¡Hagan sus apuestas! Por mi parte, su ocurrencia había quedado en anécdota, en un episodio más de esa trifulca entre siglas que cada vez nos interesa a menos y que no beneficia a nadie. Así lo pensaba hasta que hace unos días, nada menos que el rector de la Universidad de Murcia, José Luján, se desmarcó con la propuesta de que Murcia cuente con una sede de la Universidad Politécnica de Cartagena, donde los alumnos de ingeniería y de arquitectura puedan cursar su primer año de carrera, con el fin de evitarle a los pobres estudiantes los incómodos desplazamientos a la ciudad portuaria.

No le escuché ninguna propuesta a la inversa que empatizara con los alumnos cartageneros que se trasladan a diario a Murcia o se dejan la mitad de la cada vez más perjudicada renta familiar. Ni siquiera intuí un planteamiento que propiciara un mayor desarrollo de la Región mediante una decente conexión ferroviaria de Cercanías con la suficiente frecuencia entre las dos ciudades vecinas, en aras de beneficiar a todos los ciudadanos, también los universitarios. Del AVE mejor no hablamos.

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