Limón&Vinagre

Hijo de un dios iracundo

El catedrático Vicenç  Navarro, en 2015.

El catedrático Vicenç Navarro, en 2015. / Marta Pérez

Emma Riverola

«En la grandeza de tu excelencia derribas a los que se levantan contra ti; envías tu furor, y los consumes como paja» (Éxodo 15:7). En el Antiguo Testamento abundan las referencias a la «ira» y el «furor» de Dios. Una deidad vengativa, presta a indignarse ante la debilidad humana. ¿Para qué habré creado yo a estos ineptos?, parece preguntarse. Un tirano superlativo. Omnipotente, omnipresente, omnisciente, eterno, sabio y soberano. Es fácil imaginárselo siempre con el ceño fruncido, el rictus amargo y el dedito inquieto, presto a señalar todo lo que ve mal. Alguien parecido a… 

El catedrático Vicenç Navarro (Gironella, Barcelona, 1937) ha saltado recientemente a los titulares. ¿Por su brillante carrera académica? ¿Por ser uno de los gurús económicos de Podemos? ¿Por su prolífera producción intelectual? Ay, la ira

Experto en políticas públicas vinculadas al estado del bienestar, en especial la sanidad, Navarro denuncia en su obra las desigualdades económicas y desgrana propuestas para conseguir una sociedad más igualitaria. Anima a los gobiernos a ser más sensibles, más humanamente sensibles. A comprender que el estado de bienestar no es tanto una cuestión de gasto como de inversión. Que la cohesión social es un elemento estimulante de la economía. Que las infraestructuras de un Estado no son solo los elementos físicos, también las personas… 

Personas, personas y más personas. La brillante carrera profesional del catedrático Navarro -médico, sociólogo, politólogo y experto en economía política- está cimentada en la defensa acérrima del bienestar de las personas. Quizá fue su paso por Suecia. Cuando se exilió de España, en 1962, recaló primero en el país escandinavo. En aquellos años, Suecia llegó a ser el segundo país más próspero del mundo, sin prácticamente paro. En los 70, el Estado cubriría a toda la población: asistencia social desde el nacimiento a la defunción. Navarro llegó como médico, y empezó a trabajar en el Karolinska Hospital. Pero pronto le llegaron instrucciones de sus compañeros de la resistencia antifranquista: debía formarse en el estado del bienestar, estaban convencidos de que pronto caería Franco (bendita ingenuidad).

«Una amplia carrera académica»

Según él mismo ha afirmado, pidió ayuda al Gobierno sueco para recibir tal aprendizaje y fue dirigido al economista más influyente de la socialdemocracia escandinava, Gunnar Myrdal (que más tarde recibiría el Premio Nobel de Economía), y a su esposa, Alva Myrdal (científica social, diplomática y feminista). Además de relacionarse con otros intelectuales relevantes, también conocería allí a la que luego sería su pareja.  

La formación de Navarro se completó en Reino Unido, donde se doctoró en Políticas Públicas y Sociales, y en EEUU. Ha asesorado a la ONU, a la OMS y a numerosos países. Se integró en el equipo de Hillary Clinton que intentó llevar a cabo la reforma sanitaria en los 90 y fue profesor de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore (EEUU) durante 40 años. En Barcelona, ha sido catedrático de Economía Aplicada en la Universitat de Barcelona, de Ciencias Políticas y Sociales en la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y director del Programa en Políticas Públicas y Sociales (conjunto entre la UPF y la Johns Hopkins University). Y, ahora sí, ahora llegamos a la actualidad. Y a la ira.  

El catálogo de desprecios parece ser que fue rico y variado. Desde gritos e insultos, hasta exigir dedicación mucho más allá de lo obligado en horas y en tareas. Al tener conocimiento de abusos y humillaciones por parte de Navarro a algunos subalternos (siempre subalternos), la UPF le abrió un expediente en 2021, y ahí se acabó su vida académica. Ahora, los periódicos Ara y Diario.es han desvelado el caso. Él siempre ha negado las acusaciones. Otros colaboradores le han defendido apelando a su autoexigencia, a su elevado nivel de producción. Mientras, la lista de damnificados no deja de crecer. En especial, de damnificadas. Ya se sabe, el dios del Antiguo Testamento tenía muy claro el lugar de la mujer: «Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás tus hijos con dolor; desearás a tu marido, y él te dominará» (Génesis, 3:16). 

Aunque ya pasó la edad de la inocencia, siempre resulta perturbador comprobar el abismo entre la talla moral de una obra y la mezquindad de su autor. Queda el consuelo de que, al menos, cada vez son más los dedos acusatorios que se atreven al alzarse. Los hijos de un dios iracundo ya no reinan tranquilos.  

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