Tribuna Libre

Lo inevitable

La universalización de la inteligencia artificial y su empleo cotidiano amenazan con convertirse en un quebradero de cabeza universal que ha cogido desprevenidas, para lo bueno y para lo malo, a las administraciones y a la ciudadanía

Imagen generada por IA con la que Boris Eldagsen fue premiado con el Sony World de fotografía.

Imagen generada por IA con la que Boris Eldagsen fue premiado con el Sony World de fotografía. / BORIS ELDAGSEN

Jorge Fauró

Jorge Fauró

La mayor parte de las creaciones del ser humano tienen recorrido de ida y vuelta. Para lo bueno y para lo malo. Las lanzas nacieron como instrumento de caza y acabaron empleándose como arma de guerra. Para una gran mayoría, el primer recuerdo que nos viene a la cabeza de la energía nuclear son dos bombas en Japón. Hoy pasa por conformar una fuente de energía imprescindible. El blanco y el negro y una ingente gama de grises dentro de la cual la humanidad ha ido evolucionando.

La inteligencia artificial (IA) no se queda fuera de ese axioma. Automatiza procesos, agiliza tareas y permite que los humanos se dediquen a seguir avanzando mientras las máquinas se ocupan del trabajo que antes requería el concurso de hombres y mujeres. Negarla es tan primitivo como depreciar la efectividad de las vacunas.

Sin embargo, la universalización de la IA y su empleo cotidiano amenazan con convertirse en un quebradero de cabeza universal que ha cogido desprevenidas, para lo bueno y para lo malo, a las instituciones y a la ciudadanía. Un artista alemán, Boris Eldagsen, acaba de rehusar al prestigioso Sony World de fotografía tras resultar ganador en la categoría de creatividad con una imagen que muestra a dos mujeres frente a la cámara, en tono casi sepia y algo fuera de foco, como si se tratara de una vieja instantánea tomada en el primer cuarto del siglo XX. Es una imagen poderosa, que capta a la vez el dolor, el miedo o la resignación de ambas protagonistas ante un hecho luctuoso o inesperado. «Concursé como un caradura para averiguar si las competiciones están preparadas para la llegada de la inteligencia artificial. No lo están», aseguró el artista. Sencillamente, la foto nunca se hizo. Al menos no a la manera clásica. La ‘fabricó’ un algoritmo. 

Las dos mujeres cuyas miradas expresan reacciones tan emocionales ni siquiera existen. Descubierto el pastel (descubierto solo a medias porque el fotógrafo ya avisó de que se apoyaría en la IA para el trabajo), el premio ha quedado devaluado y carece de importancia si se lo dieron a otro o quedó desierto. Ese ya no era el debate. La imagen pasó por buena ante un jurado experto.

 Las herramientas al alcance de usuarios con conocimientos básicos de informática facilitan el uso liviano que la IA puede tener para ciertos campos de lo lúdico o de lo artístico. Hasta ahí, siendo grave o preocupante, la cuestión pasa por la honestidad del autor al avisar previamente del trampantojo, por el nivel de exigencia del consumidor (habría que ver en qué grado la IA es capaz de crear o componer como lo harían Beethoven, Cervantes o los Beatles) y por la categoría de caradurismo de todo aquel que quiera presentar como propio el trabajo de un algoritmo.

Supongamos ahora que de la misma forma que millones de ciudadanos tragaron en un primer momento con la famosa imagen del Papa Francisco como si se encaminara a una estación de esquí, de repente aparece una fotografía nuestra de la mano de un niño desaparecido abandonando un centro comercial, convenientemente elaborada por la IA para hacerse pasar por una cámara de seguridad y viralizada en las redes sociales; o que alguien trata de pasar por auténtica la clásica foto robada de dos amantes besándose a distancia de teleobjetivo sin ser uno u otro la pareja de hecho, de cuyo divorcio, además, depende la custodia de los hijos o el reparto de los gananciales; o que a la misma hora en la que se nos acusa de un hecho delictivo hemos fabricado sin demasiado esfuerzo una coartada más o menos defendible en el corto plazo a base de mensajes de audio creados por IA que implican a terceros y nos eximen inicialmente de la culpa. 

O sencillamente, que la perfecta elaboración de una imagen a imitación de la de una cámara urbana nos ubique donde en realidad no estábamos o donde queramos hacer creer que, efectivamente, por allí pasamos. Imaginemos las inconveniencias para las víctimas atrapadas en esa tela de araña y los peritajes que serán necesarios ante la Administración para demostrar la falsedad o veracidad de cualquier circunstancia creada por máquinas como si en realidad hubiera sido propiciada por el ser humano. 

Los beneficios y los riesgos de la IA requieren, por tanto, de una regulación serena y meditada, la misma que desde tiempos remotos ajusta al Derecho cualquier signo de evolución que pueda tener para la ciudadanía tantos perjuicios como beneficios.

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