Jodido pero contento

La excesiva protección de datos nos condena al atraso tecnológico

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard.

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Una de las armas más eficaces para combatir la epidemia de Covid 19 fueron las apps de seguimiento de contactos desarrolladas en varios países, entre ellos el nuestro, pero que solo fueron utilizadas realmente en Corea del Sur, China, Honk Kong y Taiwan. La razón por la que en España fue un fracaso rotundo, causando de paso miles de muertes evitables, fue que la Agencia de Protección de Datos de nuestro país, al igual que las de otros países europeos, se empeñaron en que la app vulneraba la privacidad personal de los ciudadanos. No hay palabras para expresar la increíble estupidez del Estado en esta cuestión. El problema es que esta gente, que tiene sangre de inocentes en sus manos, sigue orgullosa de haberse cargado el instrumento más prometedor de control de pandemias que se haya creado nunca. Más vale muerta que sencilla, como dice la canción.

Sin duda la privacidad de los datos personales es un bien digno de protección y, en general resulta un avance frente al ansia ‘depredadora’ de las grandes plataformas tecnológicas, que necesitan de nuestros datos para optimizar las campañas de publicidad de sus anunciantes. Hasta ahí bien, pero una cosa es no llegar y otra es pasarse. La norma general de protección de datos promulgada por la Unión Europea es tan restrictiva que podríamos decir sin ambages que nos protege a pesar de nosotros mismos. Y ahora la AGDP ha iniciado a bombo y platillo una investigación de ChatGPT por si esta app de inteligencia artificial generativa, que utiliza herramientas de aprendizaje profundo para poder elaborar textos con sentido sobre un asunto que se le solicita, está infringiendo la privacidad de sus usuarios al aprender de sus requerimientos y de sus modificaciones del texto resultante. 

La cosa no sería tan grave si todo el mundo siguiera los mismos criterios de privacidad, pero la realidad es que los gigantes de la economía actual, Estados Unidos y China, tienen una visión mucho menos restrictiva del uso de datos personales para todo tipo de desarrollos tecnológicos, sobre todo cuando está en juego la seguridad de sus ciudadanos. En el caso de China, la privacidad brilla por su ausencia en un Estado totalitario que vigila de cerca las conductas de sus ciudadanos y que los premia o castiga en función de que se sometan o se desvíen de los comportamientos aprobados por el Partido.

Pero ni tanto ni tan calvo. Una cosa es que, como sucede en Estados Unidos, los portales inmobiliarios den información sobre delincuentes sexuales convictos que son vecinos cercanos del piso en oferta y otra que nos protejan aquí de la publicidad de productos que puedan interesarnos ocultando a las plataformas la información de las webs que hemos visitado. Por esa mal entendida protección de datos, Google ha decidido suprimir las ‘cookies’ de terceros, haciendo mucho más complicada la selección de los target a los que va dirigida la publicidad de los productos que se anuncian en sus plataformas . A mí, como a la mayoría, me resulta altamente molesto comprobar cómo los anuncios se dirigen a mi segmento de edad, con propuestas para seniors, pero más inútil me resultaría ver publicidad de pañales para bebés cuando hace tiempo que pasé esa pantalla en mi vida.

Las altas exigencias rayanas en lo ridículo de la normas europeas de protección de datos nos exponen con certeza a un fuerte y vergonzante atraso tecnológico en todo tipo de aplicaciones que utilicen el big data y la inteligencia artificial, que son casi todas en todos los campos en este momento y en un previsible futuro. Si la Agencia Española de Protección de datos sigue el camino de la de Italia y prohíbe el uso de datos personales por parte de ChatGPT u otras aplicaciones similares, estaremos conformando un futuro en el que seguiremos siendo los paganos de las aplicaciones americanas y chinas, que se habrán desarrollado merced a una política más laxa de privacidad, o inexistente en el caso de la dictadura asiática. 

De hecho, hay una gran preocupación en Estados Unidos por el uso que hagan los chinos de los datos de los más de cien millones de ciudadanos norteamericanos a los que tienen acceso a través de aplicaciones como TikTok, una app propiedad de ByteDance una empresa radicada en aquel país.

Y es que, como demuestra el diferente uso de los datos personales en países totalitarios como China o en países democráticos, lo importante no son los datos de los que disponga el Estado en cuestión, sino la protección efectiva de los derechos de los ciudadanos mediante la ley y un sistema judicial independiente. En el ranking de lo absurdo figura en lugar destacado el hecho de que el país con más cámaras de seguridad por habitante (después de China), que es el Reino Unido, no exista un documento que identifique a su portador del tipo del DNI que usamos en España, con la huella digital incluida. Por cierto, la mejor demostración de lo que digo es el diferente uso que se daba de este documento en los tiempos de la dictadura franquista y en el régimen democrático actual. En aquel, era un recurso para la represión y supresión de derechos de los ciudadanos, y en este sirve precisamente para protegerlos. Al igual que los datos personales, la acreditación de la identidad personal debería ser una obligación y un derecho por parte de cualquier miembro de nuestra sociedad. El anonimato solo es una aspiración para transgresores y delincuentes en potencia. A los ciudadanos normales les protegen las leyes y los jueces, no la ocultación de su identidad.

Ya le dimos una baza inconmensurable a los gigantes tecnológicos americanos al permitirles que nos adelantaran en el desarrollo de buscadores y redes sociales, sobre todo por el uso intensivo de datos personales para su modelo de negocio basado en la publicidad, y ahora vamos a permitir que los chinos nos desborden en poco tiempo con sus propuestas basadas en el machine learning y el big data aplicado a sus mil quinientos millones de habitantes. 

Por el camino que va Europa, tendremos ultraprotegidos a nuestros ciudadanos de los anuncios de pañales, mientras que estaremos limitados a poner ridículas multas a plataformas tecnológicas extranjeras que nos invadirán en un futuro cercano. Para ese viaje no se necesitan alforjas.

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