Dos veces breve

Visión del Bando

Desfile del Bando de la Huerta 2023 (II)

Desfile del Bando de la Huerta 2023 (II) / Francisco Peñaranda

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

No hay consenso posible sobre el peso de cada factor que favorece los incendios forestales: el cambio climático general, la climatología particular, la buena o mala política forestal, la prevención, los medios de extinción disponibles, el estado de opinión en el campo, el efecto de la España vaciada, etcétera. Unas circunstancias pesarán más para unos y otras para otros, en función de razones varias, preelectorales incluidas. Ahora bien, no hay duda de que en la casi totalidad de los casos el origen de un incendio es la acción humana, alguna vez por mero descuido pero en una mayoría de casos por incumplimiento de las normas o por acción directa de la cerilla intencionada. Mientras sigue el bla, bla, bla sobre los responsables de la situación que facilita los incendios, ¿no habría modo de poner un foco de consenso en el modo más efectivo de identificar y castigar a quienes los prenden?

Lo que más me gusta del Bando es que hay muchos bandos y la ciudad extiende su alfombra para darles acomodo a todos. El de los adolescentes, el de los jóvenes, el de las familias con carritos de bebé, el del anciano sentado en una silla de playa. Me gusta su falta de pretensiones, su espontaneidad, su forma simple e ingenua de buscar la felicidad. Me gusta su caos amable y cómo el bullicio queda anudado entre dos silencios, el del río de huertanos que llegan desde todas partes y el de la mañana siguiente cuando solo se oye a los pájaros, a quienes se ha dado cuerda para rato. Me ha costado muchos años entender que no hay nada que entender, solo dejarse contagiar.

Así lo siento ahora, como una exaltación tranquila de la alegría de vivir. Una ceremonia que abre un paréntesis de luz. De repente nadie camina solo en la ciudad. En cada refajo están bordados todos los sueños que caben en una vida y cada fleco es un deseo expuesto al sol para que pase lo que tenga que pasar. Si algo puede detener el calentamiento de los océanos es esta camaradería de colores en los jardines, una lección pública de saber estar sobre la tierra. Se celebra la primavera como un recordatorio de todo lo bueno que hay en la vida, empezando por su infinita variedad y, desde ella, la necesidad de compartir.

Solo dura un día, pero es un ahora extendido hacia la eternidad, sin grandes palabras ni complicadas elucubraciones, solo con un atisbo del significado de la vida. Con su mezcla de asombro y cotidianidad, propaga una sensación de respeto por lo que tenemos y de agradecimiento por lo que tiene de legado. El Bando es un rito cocinado en un puchero con cuchara de madera que nos recuerda de dónde venimos, una pócima ancestral que nos conecta con la tierra, una medicina contra el desamparo. Igualados en nuestra condición de aldeanos, recuperamos la ciudad convertida en un paraíso sin oficinas ni delegaciones con arcos de seguridad.

Elegimos el blanco y el clavel como quien abandona el campo de batalla, pues todos los caminos conducen al encuentro. El envío de ubicación se convierte en la aplicación más utilizada en el móvil. Con qué poco creemos que se puede tocar la felicidad. Por un día, sustituimos nuestros objetivos limitados por las empresas más ambiciosas, lo infinito, cambiamos lo que somos por lo que podemos ser. Aunque solo sea por tumbarse de espaldas en la hierba, hay una revolución de los sentidos que se pone en marcha con un murmullo que cubre toda la ciudad diciendo que podemos vivir de otra manera. A través de las ramas, los rayos de sol abren la posibilidad de lo inesperado, otra forma no tiene la felicidad. Y el bando es su visión tal como la imaginan los murcianos.

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