Lo veo así

En política no todo está perdido

Pity Alarcón

Pity Alarcón

Si un marciano, un supuesto habitante del llamado planeta rojo, llegara a España, y de entrada solo oyera hablar a los políticos de uno y otro signo (las señoras Montero y Belarra se llevan la palma en lo de desbarrar), sobre lo que ocurre en nuestro país, sobre las cosas que parecen preocuparles, pensaría que este es un lugar de locos. Creería que este es un territorio donde sus habitantes se muestran continuamente insatisfechos. Un Estado en el que, verbalmente, unos se enfrentan a otros, sin ton ni son, y sin motivos aparentes; sobre todo los que forman parte del mismo Gobierno que deberían de dar una cierta muestra de templanza.

La misma templaza ausente en los pedestres análisis económicos y de todo tipo que el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, se empeña en pergeñar, un día si y otro también, en un incomprensible ejercicio diario por mostrar su desconocimiento sobre los más diversos temas, sin importarle la precipitación y el poco sosiego con el que se planta ante los medios de comunicación para mostrar su desconocimiento de ciertas cosas. Porque un político no puede saber de todo, pero si tiene la obligación de documentarse para hablar de ciertos temas que no domina, sobre todo porque se supone que también cuenta con una pléyade de asesores que deberían de hacerle razonar, más que nada, porque el líder del PP, ese hombre llegado de Galicia a Madrid para salvar su partido ​ (eso decían), no puede, no debería de dar esa sensación de inconsistencia que podría sorprender a ese marciano al que nos referíamos al comienzo, porque todos juntos, diciendo «sus cosas», solo puede dar como resultado que los visitantes llegados de los más remotos lugares piensen que este es un país poco serio.

Pero no, este es un gran país, que pese a las tontunas de algunos de sus ‘servidores públicos’ nos muestra, día a día, que hay que confiar en sus gentes, que hay motivos para la esperanza. Como cuando pasas unos días fuera (Puerto de Mazarrón, por ejemplo), y resulta que ves a la ciudadanía paseando tranquilamente por las playas, y en los chiringuitos que hay en ellas, la gente que se encuentra al lado de tu mesa no está hablando de política, no. En la mesa de al lado, y en la otra, y en la otra, los ciudadanos no hablan de las salidas de tono de unos gobernantes y otros, no hablan de la señora Montero y de la señora Belarra, ni de los conocimientos de economía; sobre todo de economía, del señor Núñez Feijóo . La gente habla de los amigos, de la familia. Habla de las cosas cotidianas. Y oyéndoles a ellos, tenemos la sensación de que, en la mayoría de los casos, los políticos parecen vivir en un universo paralelo al de la ciudadanía, sin posibilidades de coincidir.

Y puestos a que se nos ocurran cosas, se nos ocurre que quizás seria necesario que los, y las que se dedican al noble ejercicio de la política, todos los dirigentes, de vez en vez, deberían mutar en ciudadanos normales, vestirse de ‘lagarterana’, si es necesario, y dejarse caer por los chiringuitos de la gente común (los de la elite no nos sirven), para tomarse una cerveza (tampoco nos vale el Moet Chandon) y oír las conversaciones del ciudadano normal y corriente, ese que les tiene que votar, y que parece vivir al margen de las diatribas y los enfrentamientos que amenazan no tener fin entre unos y otros: enfrentamientos estériles y perniciosos para la sociedad. Pero como somos optimistas, como continuamos creyendo en el ejercicio de la política como algo imprescindible en una sociedad democrática, las reacciones de distinto signo sobre la muerte del economista catalán, Josep Piqué, que fue ministro en los gobiernos de José María Aznar, han venido a demostrarnos que todo no está perdido, que se puede ser político, y respetado. Que se puede ser político y alguien a quien recordar. No, no todo está perdido.

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