Luces de la ciudad

Echar unas risas

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Amediados de los años ochenta, la desaparecida editorial Sarpe publicó una colección semanal de libros titulada Los grandes pensadores: Platón, Marx, Rousseau, Pascal, Kant…, a la que me aboné con la firme intención de leerlos todos, uno tras otro. Ingenuo de mí. A los pocos meses tuve que desistir del intento para no morir en él. Demasiada carga emocional. ¡Qué densidad! Sin embargo, tras aquel arrebato filosófico y con el paso del tiempo, fui leyendo algunos más, entre ellos, el ensayo de Henri Bergson sobre la risa, en el que el filósofo francés, tal y como se explica en el prólogo, utiliza como punto de partida el concepto de que lo cómico no puede darse fuera del ámbito humano y que la risa debe proceder de la inteligencia, siendo ajena por momentos a toda emoción.

Esta obra sobre el significado de la comicidad vino a mi memoria cuando, unos días atrás, doce personas estábamos sentadas alrededor de una mesa, y no, no éramos los apóstoles, ni los hombres sin piedad de Sidney Lumet, simplemente, se trataba de una comida familiar celebrando la onomástica de la matriarca, es decir, el santo de mi madre. De repente, en el extremo de la mesa, uno de los comensales comenzó a reír. Desde mi posición fui incapaz de detectar el motivo que provocó dicha hilaridad, pero como la pólvora, aquella risa contagiosa se extendió rápidamente entre el resto de los presentes y a los pocos segundos todos reíamos a carcajadas. Lo más gracioso del asunto es que ninguno de nosotros sabía de qué lo hacía. Era lo de menos. La risa, ajena a toda emoción (Bergson), había conseguido abstraernos por completo de todos aquellos problemas que cohabitan con nosotros a diario, y ofrecernos un instante de plena satisfacción colectiva.

¿Por qué nos reímos? This is the question. La risa ha sido objeto de estudio por la ciencia y por muchos investigadores a lo largo de la historia. Según la Sociedad Española de Neurología, lo hacemos cuando percibimos una incongruencia y no lo que nuestro cerebro espera de forma racional. Puede que esto explique por qué nos hace tanta gracia las situaciones que provocan comportamientos ridículos en los demás: asustarse sin motivo, hablar mal, tropezarse o caerse. Lo que refuerza la teoría de Bergson sobre el ámbito humano. No nos reímos si un coche se estrella o un vaso se cae al suelo. Ahora, si una persona se estampa contra una farola o resbala y cae al suelo, nos descojonamos. Y cuanto más aparatoso sea el incidente, más nos reímos, salvo que empaticemos emocionalmente con el accidentado y nos pongamos en su lugar.

Pero la risa es algo innato en el ser humano y no podemos, ni queremos, evitarla. Un viejo conocido de aquella época de «la perdición de los bares de copas», reía continuamente y cuando le preguntabas por qué lo hacía, siempre contestaba lo mismo: no sé, es que me da risa de reírme. A saber…

¿Qué más da el motivo? Incluso, si este no existe o lo desconocemos o si nos da la risa tonta, silenciosa o a carcajadas, lo importante es reírse, reírse de todo, incluso de nosotros mismos, con el único objetivo de sentirnos bien, que ya lo decía Paco Rabal en Pajarico, «que bien se está cuando se está bien» y es que, cuando echas unas buenas risas, ¡qué a gusto te quedas!

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