Tiempo y vida

Pigmentos, plumas, pinceles... y arte rupestre

De la exposición Arte Rupestre en Albacete.

De la exposición Arte Rupestre en Albacete.

Miguel Ángel Mateo Saura

Los que ya tenemos cierta edad, recordamos aquellos días de colegio en los que nos hablaban del arte prehistórico y nos decían que algunas pinturas estaban elaboradas con sangre, probablemente procedente de los mismos animales que aparecían representados en las paredes de las cuevas. Desde hace tiempo sabemos que no es así, pero sirva de descargo que, por entonces, esta cuestión estaba basada en simples suposiciones por cuanto no había medios técnicos de análisis paro saberlo, más allá de que también hubiera cierta intención por envolver el acto de pintar en la Prehistoria de cierta aureola cargada de misticismo.

Hoy, afortunadamente, sí disponemos de esos avances técnicos para conocer con exactitud la composición de la pintura prehistórica. Técnicas analíticas como la Fluorescencia de Rayos X o la Espectroscopia Raman nos permiten determinar qué tipo de pintura se utilizó en un determinado yacimiento. Incluso podemos llegar a saber en qué proporción se usaron los distintos componentes de la pintura y si en una misma cavidad se emplearon varias recetas a la hora de prepararla.

Por los datos de esos análisis sabemos que para la obtención de la pintura se recurrió, en un claro ejercicio de pragmatismo, a aquellos elementos de la naturaleza que los autores del arte prehistórico tenían en su entorno más cercano. Así, la mayor parte de la pintura de tonalidad roja está elaborada a partir de óxidos minerales de hierro, en los que el componente principal suelen ser los hematites, a los que acompañan en menor proporción otros compuestos como la limonita y la goetita. Por su parte, el color negro se procesaba a partir de óxidos de manganeso y de carbón vegetal triturado, aunque en el caso del arte paleolítico el carbón vegetal también se aplicó directamente sobre la pared. Mientras, para el color blanco siempre habíamos pensado en el caolín, si bien los resultados obtenidos en algunos de los conjuntos con pintura blanca han revelado el uso de otros elementos como el cuarzo-α, el sulfato de bario, la anatasa y una variedad de mica, la ilita.

Una vez seleccionados los compuestos minerales, estos eran triturados y reducidos a un polvo muy fino que se mezclaba con agua y, seguramente, con alguna otra sustancia que actuaba como aglutinante. Se fabricaba de este modo una pintura más o menos densa que se aplicaba directamente sobre la roca. Al respecto, hemos de reconocer que hasta ahora no se ha documentado ningún aglutinante, y si bien creemos que se debió aplicar con el fin de dar consistencia a la pintura y facilitar su adhesión a la pared, cabe la posibilidad de que no se hubiesen empleado y que la fijación de ésta se produjese por un simple proceso de carbonatación del pigmento. En todo caso, la Arqueología Experimental nos propone algunos elementos naturales que, por sus cualidades, bien pudieron servir como aglutinante, entre ellos grasas, ceras, leche y algunas resinas vegetales. Es probable que, al ser todos orgánicos y no minerales, sí se usasen pero no se hayan conservado.

Acerca de los instrumentos empleados para pintar sobre la roca, una vez más se recurre a aquellos que son más accesibles. A veces, ni siquiera era necesario utilizar ningún objeto ya que se sirvieron de los propios dedos de las manos para representar puntos o digitaciones, y también muchos de los trazos verticales, serpenteantes o en cruz. En todo caso, entre los utensilios de los que bien se pudieron valer para pintar cabe pensar en el uso de rudimentarios pinceles elaborados con pelo de animales, tallos vegetales apuntados, ramitas aguzadas y humedecidas, y también plumas de ave. En el arte paleolítico se usaron, con carácter particular, unos tubitos huecos a modo de cánulas, elaborados a partir de huesos que actuaban como aerógrafos, con los que se representaron las manos en negativo; y también muñequillas confeccionadas con pieles, con las que se rellenaban amplias superficies del interior de las figuras más grandes. Para los grabados se utilizaron diversos útiles de sílex.

Estos objetos, en su mayor parte, no han sido documentados en ningún yacimiento. Su frágil naturaleza orgánica ha motivado que no se conserven después de tantos años. En cambio, de aquellos elaborados en materiales no perecederos sí tenemos algunos ejemplos. Es el caso de las piedras empleadas como mortero para triturar el mineral, que conocemos en la Cueva de Altamira, asociada al arte paleolítico, y más cercana a nosotros en la Cueva de la Serreta de Cieza, vinculada en este caso al arte esquemático. Otros útiles que han sido recuperados están asociados al proceso de preparación y depositación de la pintura. Son conchas marinas de Patella vulgata, escápulas de cáprido o fragmentos de huesos pélvicos en los que se aprovechaba la cavidad donde articula el fémur para machacar el mineral.

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