Hoy es Viernes Santo y además es, paradójicamente, el día mundial de la salud. Año tras año, se conmemora la muerte de Cristo en la Cruz, tras un maltrato físico, como consecuencia de un juicio injusto. Parece que no han pasado XXI siglos, pues sigue pasando lo mismo. Cuando la política entra por la puerta del despacho de un juez, la justicia salta por la ventana. Igual que pasó con Jesucristo hace 2023 años. El derecho de gentes, que era lo no va más de la modernidad, porque se aplicaba incluso a los extranjeros, se conculcó una y otra vez en el proceso a un Reo cuyo mayor pecado fue el ser humano, para salvar a una humanidad farisea. Proclamarse el rey de los judíos, y que su reino no era de este mundo, fue bastante para que las fuerzas políticas, militares y judiciales de la época lo mandaran enjuiciar, para después torturar, azotar, y humillar, antes de ser clavado en una cruz junto a Dimas y Gestas, el buen y el mal ladrón. El pueblo mediatizado, cómo no, por un sanguinario Herodes que veía peligrar su trono, y por el cobarde Pilatos que prefirió lavarse las manos antes de tomar una decisión justa, liberó a Barrabás, en lugar de a Jesús de Nazaret, cumpliendo así la voluntad de un pueblo ingrato y manipulado, por los mismos que le ofrecían una religión allá en el Sanedrín, por falsos profetas y sumos sacerdotes. La propia mujer de Pilatos le dijo que había recibido en sueños la inocencia de ese Jesús, pero el miedo al pueblo y a perder el poder, fue superior.
Entonces no hacía falta tratar de controlar ningún tribunal, por muy constitucional que fuera, porque el Derecho de Gentes se aplicaba directamente por los poderes políticos. Y ese fue el resultado, la muerte de un inocente solo por temor a perder el poder contraído y usado de forma no solo arbitraria, como cualquier destitución de cargo público actualmente, sino incluso cruenta. Ese Derecho de Gentes que se constituyó como una especie de derecho común de los pueblos, confundiéndose con la noción de derecho natural y que había sido heredado de los griegos, saltó por la ventana del palacio de Pilatos tal día como hoy. Esa justicia a la que ese derecho debía haber conducido no llegó. Por el contrario, tras ser coronado de espinas mofándose de su condición real, el Salvador, fue crucificado. A las tres de esta tarde se rasgó el velo del Templo, tronaron los cielos, y se cubrió de tinieblas un monte a las afueras de Jerusalén, el Gólgota o Calvario, por las rocas en forma de calaveras de una de sus laderas. Se oyó pedir perdón por los que le habían crucificado «porque no saben lo que hacen» y tras encomendar su espíritu al Padre, expiró. Alguno de los mismos que le habían perforado las manos y los pies con clavos, y hasta le clavaron una lanza en el pecho, tras darle una esponja empapada en hiel y vinagre, se les oyó decir «realmente era el Hijo de Dios». Al pie de la Cruz, su madre y su discípulo preferido, María y Juan, presenciaban la injusta muerte, representando así a la familia que sufre ante la muerte de un ser amado. Esa fe que les salvó en ese trance es la misma que hoy día necesitamos cuando nos sucede en nuestras propias familias.
Ninguna prueba existía para condenar a Jesús, solo el miedo de los que mandaban a perder sus privilegios lo condenaron. Cuántos Pilatos hay hoy día. Menos mal que no le cuesta la vida a nadie, pero si a veces la dignidad y la justicia desaparecen por su culpa. Pero todo tiene arreglo. Al tercer día resucitó, de lo contrario nada tendría sentido. Fue el triunfo de la vida sobre la muerte. Jesús pasó voluntariamente por el sufrimiento y muerte, para cumplir la voluntad del Padre. Fue negado hasta por los suyos también por miedo. Pero al final hasta los no creyentes tuvieron que ceder ante la evidencia de la resurrección y la aparición tras su muerte, hasta por dos veces, para que Tomás el Gemelo, metiera sus manos en las llagas de Cristo. Una fe que es compatible con el racionalismo.