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Opinión | La Feliz Gobernación

Florentino, ese nombre

"Preguntémonos cómo ha creado su fortuna: ¿Renunciando a los beneficios que pudiera reclamar en cada una de las obras que ha contratado? Quién sabe si se trata de un benefactor social"

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid.

Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. / EFE

Florentino es el natural de Florencia, y también, por agregación metafórica, el cardenal, obispo o cura que pide perras para la Iglesia sin que parezca que las pide. Ureña, cuando era obispo de la diócesis de Cartagena, me señaló una vez una pared a la entrada del Palacio Episcopal de Murcia en que figuraban los logotipos de las empresas y entidades financieras que habían contribuido a la restauración del edificio, y dijo: «Como ves, todavía queda mucho espacio libre en esta pared».

Pero para el común, Florentino es el presidente del Real Madrid. Y en esa función, cualquiera puede saber que si hay algo que no le gusta es perder. Tampoco empatar, porque para quien dirige uno de los mejores equipos de fútbol del mundo empatar es perder. Lo es para los aficionados del club, con más motivo para su presidente.

Este Florentino es, además, propietario de una de las más importantes corporaciones empresariales del país, ACS, a la que debe su gran fortuna. Cabe deducir que si en el fútbol, que es una sucursal para las relaciones públicas, no le gusta empatar, menos le gustará hacerlo en sus negocios. Lo comido por lo servido (es decir, recuperar la inversión, sin más) vale para una ONG, no para una empresa cuyo objetivo, tan legítimo como irrenunciable, es obtener beneficios, pues de éstos depende su continuidad.

De ahí que llame tanto la atención que el constructor de la desaladora de Escombreras, que podía haber ejecutado de una tacada con cargo al presupuesto de la Comunidad Autónoma, los seiscientos millones de euros en que se tasaba su coste, tras una conversación con el entonces presidente, Ramón Luis Valcárcel, se mostrara dispuesto, dice éste en declaraciones al colega de la mañana, «a vendernos la desaladora en su precio neto». Y añade Valcárcel: «Nos dijo que no quería ganar ni un solo euro por encima de lo que le había costado la infraestructura, pero tampoco perderlo».

¿Estamos hablando del mismo Florentino? Si así fuera habría que declararlo santo. ¡Un empresario que no quiere ganar ni perder! Y que encima, rebaja graciosamente, por su propia cuenta, los seiscientos millones a 150, y descuenta de la cifra de su inversión las aportaciones que había hecho la Comunidad. Santo o tonto, y por el perfil de que disponemos, ni una cosa ni otra ni falta que hace.

Preguntémonos cómo ha creado Florentino su fortuna: ¿renunciando a los beneficios que pudiera reclamar en cada una de las obras que ha contratado? Quién sabe si se trata de un benefactor social disfrazado de empresario. Valcárcel lo define como una caballero, pero sabido es que los caballeros las prefieren rubias, es decir, en pesetas.

Los malpensantes de turno tal vez quieran deducir que, a cambio de aliviar el problema político que sufría Valcárcel, Florentino hubiera pedido ser favorecido en futuras contrataciones de obra pública, pero esto hay que descartarlo, pues no es propio de caballeros. Punto pelota.

Habrá que añadir una nueva acepción de florentinismo. Ya no es que te pidan perras de manera sutil, sino que te perdonen las deudas por la gracias de Dios. ¡Ala, Madrid!

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