Jodido pero contento

30 años de la masacre de Waco, y ninguna lección aprendida

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Coincidiendo con el 30 aniversario de la tragedia que tuvo lugar cerca de Waco, en el Estado de Texas, y en la que murieron en total 86 personas, el expresidente Donald Trump celebró un mitin en lo que pretendía ser un reset de su campaña para las presidenciales de 2024. El primer intento de iniciar la campaña se podía ya dar por fallido, ante la escasa atención propiciada por los medios y la base republicana, que cada vez se inclina más por otros candidatos menos problemáticos como Ron deSantis, el gobernador republicano del Estado de Florida. Eligiendo referencia, Donald Trump no deja lugar a dudas sobre su posicionamiento ideológico, en la extrema derecha del espectro político norteamericano. La base sociológica de esa extrema derecha está constituida por el 15% (y disminuyendo rápidamente) de población de Estados Unidos de raza blanca de ancestros europeos y que se declaran evangélicos. Y sus rasgos identitarios son la defensa cerrada del derecho a poseer y llevar armas, incluso exhibiéndolas por la calle, la oposición furibunda a todo lo que suene a aborto, incluso las cada vez más populares e inocuas píldoras abortivas y un odio cerval a todo lo que huela a Gobierno federal de Estados Unidos por oposición al poder de los 50 Estados.

Precisamente la posesión de armas hasta el nivel de contravenir las escasas leyes que restringen su uso y manipulación en el Estado de Texas, están en el origen de los trágicos acontecimientos de Waco, recogidos con abundancia de datos, testimonios desde diferentes puntos de vista e imágenes sobrecogedoras, en el documental «Waco, el apocalipsis tejano» estrenado recientemente en Netflix. Decir que el documental es muy interesante y recomendable no es ninguna exageración. Y, sobre todo para los interesados en entender el estado de quasi guerra civil en el que se encuentra inmerso un país que otrora fue la referencia de la libertad y la tolerancia política. Porque la historia que cuenta el documental refleja en toda su amplitud el cerrilismo de la derecha religiosa americana, que padece un síndrome brutal de acoso por parte de la coalición formada por los liberales (en el sentido americano del término, que aquí equivaldría a un centro progresista) y la minoría negra, cuyo porcentaje del 15% (y disminuyendo lentamente por la pujanza de la minoría hispana) se vuelve cada día más asertiva a la hora de reclamar la posición que durante tanto tiempo le ha negado el establishment estadounidense.

En el documental queda meridianamente claro la sorprendente relación (para un europeo) que se establece en EEUU entre creencias religiosas cristianas y el amor por las armas automáticas. El líder de la secta, David Koresh, se presentaba a sí mismo como el Mesías reencarnado. Pero eso no le impidió acumular un arsenal de granadas, ametralladoras de gran calibre y armas semiautomáticas que su gente manipulaba hasta convertirlas en automáticas, lo que hace que no tengas que estar pendiente de apretar el gatillo entre ronda y ronda de disparos. De hecho, el chivatazo de que se estaban manipulando las armas -no su posesión, que era plenamente legal- fue lo que convenció al juez para otorgar la orden del registro y detención del líder de la secta a esa curiosa rama de la policía federal estadounidense que se encargo de los delitos relacionados con el Alcohol, el Tabaco, las armas de fuego y los explosivos (más conocida por sus siglas de ATF). Una indiscreción de un periodista, que estaba avisado del inminente allanamiento de la sede de los davidianos, nombre de la secta en cuestión, motivó que saltaran todas las alarmas en Mount Carmel, el rancho propiedad donde vivían en comunidad. En vez de allanarse al registro, los davidianos descargaron una salva de ráfagas de fusil que acabó con la vida de cuatro miembros de la ATF, mientras que ellos perdieron cuatro miembros en la refriega posterior.

Eso hizo que interviniera el FBI, que decidió asaltar por la bravas con un par de tanques que se habían traído, previo lanzamiento de gases lacrimógenos al interior del edificio y después de 51 días de asedio. Parece ser que el propio David Koresh y sus lugartenientes fueron los que decidieron prender fuego al edificio que, como la mayor parte de casas y edificaciones en el ámbito rural de Estados Unidos, eran de madera o de un material compuesto en su mayor parte por elementos altamente inflamables.

Que un psicópata como David Koresh provocara la muerte por abrasamiento de 76 adultos, entre los que se encontraban 25 niños y dos mujeres embarazadas, no tiene nada de extraño, tratándose de un paranoico con complejo de persecución que tenía asumido como inevitable un final trágico a sus 33 años, la misma edad que el Jesucristo original. Incluso cuando una bala le atravesó una mano y el costado al inicio del asedio, por supuesto que apreció la similitud con los padecimientos del Gólgota. Pero lo que resulta alucinante, si te paras a pensar después de ver el documental, es qué pintaban unos tanques en una operación de asedio policial en la que estaban implicados decenas de niños. Y eso nos lleva al otro dato que nos deja perplejos cada día a los europeos que leemos las noticias que nos llegan todos los días del otro lado del Atlántico: la violencia policial. Hace años que escribí en este mismo espacio un artículo intentando comprender a unos policías a los que vemos cada cierto tiempo dar palizas mortales o tirotear a supuestos delincuentes -todos ellos de raza negra, como la de la mayor parte de los policías- cuando después resultan ser meros ciudadanos intentando llegar del punto A al punto B de su ciudad y son sorprendidos por una patrulla que duda de sus intenciones. Y es que volvemos al punto de partida: en un país donde existen 129 armas de fuego por cada 100 habitantes, la policía que detiene a un supuesto delincuente lo hace con la convicción de que ese sujeto probablemente estará en posesión de un arma letal.

No es lo mismo el comportamiento de un ciudadano interrogado por un policía en Europa, donde la expectativa razonable es que ambos vayan desarmados o al menos el interrogado, que en Estados Unidos, donde todos están armados -o pueden estarlo- hasta los dientes. Hasta que no se acabe la fascinación de los americanos por las armas de fuego, me temo que seguiremos viendo tragedias como la de Waco, o incluso peores.

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