Carta de un expresidente

Suerte y al toro

Alberto Garre

Alberto Garre

Sentado frente el iPad, aunque la política bulle sin solución de continuidad, pese a las múltiples noticias que inundan el periódico de papel y los digitales con multitud de referencias a los distintos y próximos acontecimientos electorales, pese a mi vocación política, tengo serias dudas sobre qué escribir.

La vocación no es otra cosa que el deseo o inclinación de la persona a efectuar determinadas acciones, pero cuando se cruzan vocación y profesión, en ocasiones, no es fácil conjugar ambas cosas, lo que deseamos y lo que nuestra formación aconseja, lo que nos gustaría con lo que la ciencia y conciencia de lo que conocemos nos dicta.

 Ante el galimatías mental al que muchos partidos políticos, con sus actos y sus votos, someten a los ciudadanos en todas las esferas de la vida social y hasta familiar, el espíritu de los españoles, la capacidad de pensar y sentir de cada uno de nosotros, puede llevarnos a la confusión y alejarnos del sentido común que debe presidir el razonamiento de juzgar y decidir con acierto ante los problemas que nos planteamos. 

Dicho lo anterior, no es fácil en la calamitosa situación política actual acertar, más difícil opinar y temerario aconsejar, por lo que me encuentro en un doble dilema difícil de solventar a la hora de redactar este artículo de opinión, como al principio indicaba, pues si grave es no saber que escribir, resulta peor hacerlo y al final concluir con una pregunta: ¿pero qué he escrito yo?

 El lector habrá adivinado por lo hasta ahora analizado que lejos de tener, como todo español, mis inclinaciones ideológicas, que nunca oculte ni a las que voy a renunciar tampoco, me inclino por algo fundamental en democracia: la libertad, especialmente a la hora de decidir con nuestro voto, advirtiendo que , sin criticar la opción de abstenerse, no resulta los más eficaz para corregir los desmanes de los que después nos quejamos. Así, con este mensaje, solventé la primera duda. Vivimos afortunadamente en un país democrático, donde el pueblo decide, nadie debe olvidarlo y el compromiso con mis lectore me obliga a recordároslo.

 Con ese análisis, queda también despejada la respuesta a la pregunta: he escrito lo que pienso, creo que puede ser útil al hoy lector y mañana elector, por lo que de nada tengo que arrepentirme. Si, además, estas reflexiones sirven y consuman mi vocación política me doy por satisfecho. Dilema resuelto. Dando un paso más, me atrevo a decir que ni los sistemas políticos, ni los distintos formas de gobierno institucionalizadas, ni los diferentes partidos políticos son malos ni buenos en sí mismos, si bien está asumido que el sistema democrático es el menos perjudicial. Unos y otros son planificados, organizados y dirigidos por personas. Son estos los que con sus actuaciones aciertan o yerran, actúan con la ética exigible al servidor publico o con la inmoralidad propia de los enemigos de la sociedad.

 Al decidir en libertad el voto en las próximas elecciones, no deberíamos atender en exclusiva a la ideología, porque camuflados en las candidaturas cerradas del partido político de nuestras preferencias se pueden insertar perniciosos personajes, soberbios y egoístas que, a más de ser nocivos socialmente, perjudican a la mayoría de aquellos otros políticos, la mayoría, de intachable conducta, con vocación de servicio público, honestos, que merecen el respeto de la sociedad. No todos son iguales, como pretenden inocular en la sociedad aquellos de conductas reprochables. Traspasar el umbral de un edificio público, como concejal, alcalde, consejero, presidente, diputado o senador, no convierte a las personas, si bien es cierto que hay otros muchos, más de los necesarios, que sin dar públicamente la cara pueden corromperlo, llevándose la mejor tajada de los negocios conocidos como ‘pelotazos’.

 En Murcia existen de estos últimos, no muchos, pero demasiados, tan resistentes económicamente como débiles éticamente, son los que aúpan a sus víctimas(digo bien víctimas))a la poltrona para obtener sus favores y obviarlos posteriormente en su caída, sin escrúpulos ni el más breve epitafio. Así que, como los toreros al entrar al ruedo y tentar la seguridad de su lance se animan con la frase «suerte y al toro», tened en cuenta que el ruedo electoral también da cornadas, evitémoslas. Ojo, vista y a la urna. 

Suscríbete para seguir leyendo