La Feliz Gobernación

Queremos tanto a Chelete

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Chelete Monereo engaña mucho. La tengo bautizada como nuestra duquesa de Alba por esa su aparente ingenuidad, esa expresión frecuente como si le sorprendieran las cosas más corrientes del mundo real. Quienes hemos seguido su obra, paso a paso, durante décadas, apreciábamos el gusto por lo íntimo, lo hogareño, la delicadeza con que reproduce los objetos, el modo como nos atrapa en sus microclimas más queridos, esa atmósfera de calidez que despierta emociones recónditas. Sus gatos, sus puntillas, sus mundos circulares, sus esferas numéricas, sus sutiles ensoñaciones. Los trípticos que son ventanas como caleidoscopios.

Cada una de sus exposiciones ha sido un apunte que confirmaba su modestia, su renuncia a intervenir en las tendencias, su aplicación a un mundo interior despreocupado de modas e imposiciones al paso. Lo suyo, fascinar más que sorprender. Y cada una de sus nuevas entregas, siendo coherentes con todas las anteriores, parecía iniciar un camino nuevo, como si no quisiera detenerse en repeticiones confortables.

Pero es ahora, en la antológica que reúne una selección de su obra cuando Chelete nos asombra incluso a pesar de tener vistos la mayoría de sus cuadros. Esta exposición en el MUBAM (Retrospectiva/Introspectiva) da cuenta de una pintora cumbre que por serlo en tan gran dimensión pudiera haber pasado desapercibida. Qué grande que es, qué potencia depliega. Ya no es solo la belleza, sino la fuerza. Tan magistral que ahora nos damos cuenta de que, además de lo pintado, en sus cuadros se ve sobre todo la pintura.

Queremos a Chelete porque es mágica, dulce y generosa. Y ahora más, porque la exhibición de su obra completa traza el fogonazo de una artista superior sumergida en la sencillez de sus pequeños motivos.

El filósofo Rafa Argullol define la sutileza como celebración del silencio. Pero el silencio de Chelete nos habla desde su obra, y nos dice, a la vista está, que es una de las grandes. La vista no engaña.

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