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Alfonso Fernández Mañueco, el hombre de alzamiento

Alfonso  Fernández Mañueco

Alfonso Fernández Mañueco

Emma Riverola

Hasta el día del alzamiento, los adjetivos dirigidos a Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, oscilaban entre el hombre paciente y tranquilo y el tipo con poco empaque o anodino. Muñeco es un apodo fácil para el hombre sin gracia, de escasas habilidades oratorias y menos simpatía. Un soso, vaya. Pero el soso que siempre supo estar ahí. Esa presencia que fue tomando peso político hasta tomar las riendas de la Comunidad. ¿Sorprendente? No tanto. Como el dedo de Colón señalando América (aunque en dirección contraria), el destino del político parecía marcado desde la cuna.

57 años antes del alzamiento, Mañueco nació en un hogar salmantino iluminado por la fe franquista. Su padre, magistrado, exfraile dominico, se había declarado «adicto en todo» a la dictadura de Franco. El hombre fue requeté durante la Guerra Civil, miembro de la Falange y del Frente de Juventudes, procurador en las Cortes franquistas y alcalde de Salamanca. La llegada de la democracia no le sentó bien a su carrera política y fue cesado de forma fulminante de sus cargos. Pero ahí estaba Alfonso, el menor de sus ocho hijos (familia numerosa, no podía ser menos), para seguir la senda señalada.

«La cara de Franco»

A los 18 años, Mañueco ya se había afiliado a las Nuevas Generaciones del PP. También estudió Derecho en la Universidad de Salamanca, aunque su carrera en la abogacía fue prácticamente nula. La gloria (o algo parecido) le esperaba en la política. En 1993 fue nombrado secretario general del PP salmantino. Desde ahí fue escalando. Ahora, un escalafón más en el partido. Ahora, otro cargo público.

Una sonrisa, un silencio, y un paso adelante. En 2011 fue elegido alcalde de Salamanca por mayoría absoluta. Durante su ejercicio, se negó a retirar el medallón con la cara de Franco que lucía la plaza Mayor de Salamanca. Parece que la lealtad familiar pesaba más que el cumplimiento de la ley. En 2015 volvería a ser elegido, pero ya obligado a pactar con Ciudadanos.

Ay, los pactos. Su estreno en 2019 como candidato a las autonómicas fue poco lustroso. Más bien, un descalabro. Solo la mano de Ciudadanos consiguió salvar al PP y auparlo a la presidencia. En una jugada inesperada, Mañueco adelantó elecciones a finales de diciembre de 2021. ¿Por qué? En algo parecido a un arrebato (esa palabra tan alejada del hombre tranquilo), aseguró que sus socios estaban conspirando con el PSOE. Los de Cs fueron barridos de sus cargos ante su evidente estupor. Aunque el grito era de traición, la estrategia de Mañueco parecía calcada a la de Ayuso. Solo que a ella le salió bastante mejor. Al salmantino no le quedó otra que volver a pactar para conseguir la presidencia. Esta vez, con Vox. Para este viaje…

Uno de los momentos gloriosos de la actual legislatura ocurrió a principio de este año. Cuando el vicepresidente de la comunidad, Juan García-Gallardo (Vox), anunció en rueda de prensa un nuevo protocolo «provida» (esa expresión tan positiva, pero tan negativa para los derechos a las mujeres).

Entre otras consideraciones, se pretendía obligar a los médicos de Castilla y León a ofrecer a la mujer que hubiera decidido abortar la posibilidad de escuchar el latido del corazón del feto o ver una ecografía en 4D. Para que tomen la decisión de un modo «mucho más consciente», afirmó. Porque, ya se sabe, las mujeres son tontas e insensatas. Mañueco atajó la medida, pero mostró a todo el país lo que podría significar un gobierno nacional del PP y Vox.

«El gesto»

Y, al fin, llega el momento del alzamiento. En el estrado parlamentario, la socialista Rosa Rubio desgrana propuestas para ayudas a los celiacos. La intervención no parece interesar a Mañueco, que prefiere permanecer fuera de su escaño charlando con el consejero de Agricultura. Rubio le afea la conducta. En ese momento, el presidente decide abandonar el hemiciclo. En su camino, de espaldas a la parlamentaria y de cara a los suyos, ocurre el gran momento, el instante de la verdad: un perfecto alzamiento del dedo corazón. Una peineta boba, pueril y del todo evidente. El del PP ha negado que su gesto fuera voluntario.

Y la negativa añade más desprecio y soberbia al gesto: a la parlamentaria y a la propia institución. El instante ha sido bendecido por Santiago Abascal. «Poco me parece para los insultos que recibimos», ha afirmado el líder de Vox. ¿Cuál sería una reacción más apropiada? Quizá el padre de Mañueco lo hubiera tenido claro.

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